HOMILÍA
15° DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias, pero no una túnica de repuesto.
Y añadió:
-Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio.
Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies, para probar su culpa.
Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Mc 6,7-13
Dice el Evangelio que hemos escuchado hoy que Jesús, después del rechazo y del fracaso que acababa de sufrir en su propio pueblo, Nazaret (cfr. Evangelio del domingo pasado), mientras visitaba las aldeas de alrededor envió a los Doce, de dos en dos, a predicar la conversión. Al enviarlos les da dos cosas:
-autoridad sobre los espíritus inmundos;
-el encargo de no llevar muchas cosas para el camino.
Autoridad sobre los espíritus inmundos
Con nuestra imaginación siempre dispuesta a confundir lo divino con lo espectacular, probablemente hemos empezado a sentir la tentación de imaginar a Jesús transmitiendo, por medio de secretos ritos y mágicas fórmulas, poderes supranormales con los que impresionar y forzar a los hombres a aceptar sus palabras. Con esto logramos varios objetivos:
-Seguir poniendo a Dios en una esfera lejana a nuestro mundo de carne y hueso; un Dios con poderes sobrehumanos -si no, ¿para qué es Dios?-, que da a quien quiere ese obrar espectacular. Falso: Jesús se hizo uno como nosotros, Jesús fue igual en todo a nosotros menos en el pecado; Jesús, aunque era Dios, estaba entre nosotros como si no lo fuera (anonadado, diría San Pablo).
-Mantener nuestra esperanza de que Dios va a irrumpir en este mundo por la fuerza; si en aquel entonces Jesús hacía fuerza con el poder de sus milagros, quizá haya suerte y también nosotros veamos surgir esa fuerza celeste a nuestro alrededor. Falso: Jesús nunca usó el poder ni la fuerza para lograr que el hombre se convirtiera; Jesús fue siempre ofrecimiento gratuito y amoroso, pero respetuoso con la libertad del hombre. El reino de Dios no se instauró ni se instaurará por fuerzas extrahumanas.
-Como consecuencia de lo anterior, justificarnos en nuestra inoperancia, en nuestra falta de trabajo por el reino: no tenemos autoridad para echar espíritus inmundos porque Dios no nos ha dado un "don especial" para hacer milagros.
¿Que autoridad?
Ni a los Doce tampoco les dio ningún poder especial y extraño. Como él tampoco lo tuvo. Al menos no como solemos imaginarlo. Recordemos cómo terminaba el Evangelio que escuchábamos la semana pasada: "No pudo hacer allí ningún milagro". Cierto que Jesús tuvo actuaciones no corrientes -"curó a unos pocos aplicándoles las manos", añade el Evangelio antes mencionado-; pero la razón no podía estar en poderes mágicos. ¿En qué? Su fe en Dios Padre y la fe de los hombres eran las que hacían posibles aquellos extraños fenómenos. Esa era su autoridad; ésa debiera ser nuestra autoridad: una fe profunda, es decir: una íntima y radical convicción de que, viviendo en el estilo de Jesús, es posible cambiar las cosas. Ahí radica la autoridad, el poder y el milagro. ¿Somos capaces de imaginarnos cómo sería el mundo si los hombres viviésemos, de verdad, como hermanos? Ojalá no nos agote el esfuerzo para imaginárnoslo.
Casi nada para el camino
En cualquier caso, ésa es la autoridad que Jesús deja a sus discípulos. Esa es la única autoridad: una profunda fe para dominar los espíritus inmundos, es decir: una profunda vivencia de fraternidad universal (como consecuencia de vivir la plenitud de Dios) que nos lleve a dominar el hambre, el analfabetismo, la opresión, la indigencia, el dolor, la pobreza, las guerras, la esclavitud, las cárceles, la angustia, la desesperación y todo lo inhumano que pueda haber en el mundo. Idénticamente, quien se decide a vivir así no puede necesitar grandes cosas: lo justo; y lo justo se puede conseguir de cualquier manera.
El interés del creyente no puede estar puesto en los medios, en las técnicas, en los métodos; todo eso es importante, pero no es lo fundamental; hemos de estar capacitados para nuestro trabajo; pero el primer punto de nuestro trabajo es amar al hermano; y eso no se estudia, ni se predica, ni se ensaya con técnicas y métodos: eso se vive, se hace. Y el apoyo del amor está en el corazón del hombre, no en sus técnicas.
Una llamada para volver a lo fundamental
He aquí, pues, que el Evangelio de hoy, como siempre, no está sólo para contarnos sucesos acaecidos hace dos mil años; menos aún para impresionarnos con escenas de maravillosismo y magia. El Evangelio está para alertarnos sobre nuestra continua tentación de caer en la modorra o en las justificaciones exculpatorias para no hacer nada realmente eficaz por el Reino de Jesús. Para recordarnos que él nos ha dejado la fuerza de su Espíritu y que con él, con nuestra fe en él, tenemos autoridad más que suficiente sobre todas las desgracias que acosan al hombre para superarlas y erradicarlas del mundo. Lo cierto es que la sociedad que entre todos hemos construido y que entre todos, absolutamente todos, mantenemos, es una sociedad hostil para el hombre; o, al menos, hostil para los pobres, los débiles, los indigentes. ¿Qué hemos hecho de la autoridad que Jesús nos ha dado a todos sus discípulos para dominar esos "espíritus inmundos"? ¿Dónde la tenemos guardada? ¿Cuándo vamos a terminar de convencernos de que Dios ni ha obrado ni va a obrar por la fuerza, sin por amor, y actuando solidariamente con todos los hombres que están dispuestos a colaborar con él?
DABAR 1982, 38
Oh Dios que muestras la luz de tu verdad, a los que andan extraviados, para que puedan volver al camino, concede a todos los cristianos rechazar lo que es indigno de ese nombre, y cumplir cuanto en él se significa.
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