Publicamos una columna firmada por el P. Felipe Berríos, s.j., Capellán del Hogar de Cristo, donde nos invita a reflexionar acerca del celibato sacerdotal a la luz del caso del P. Alberto Cutié.
De El Mercurio
El padre Alberto, el sacerdote católico más conocido de la comunidad hispana de Estados Unidos, fue fotografiado en cariñosos y seductores gestos con una mujer en una playa de Miami. La comprensible batahola que ha provocado la publicación de las fotos del sacerdote se suma al todavía no aquietado estupor que han producido las acusaciones de abusos a seminaristas por parte del padre Marcial Maciel, sorprendentemente opacadas por la bullada noticia de una hija suya. Agreguemos también las diversas acusaciones de mujeres que atribuyen la paternidad de sus hijos al actual Presidente de Paraguay cuando él aún ejercía como obispo.
Son los casos más noticiosos, pero no son los únicos. Hay otros también sorprendentes que pasan inadvertidos para la prensa, pero igualmente desconciertan, siembran la sospecha hacia los sacerdotes y reavivan la polémica en torno al celibato obligatorio de la Iglesia Católica.
El padre Alberto públicamente asumió su relación con la mujer, la justificó apelando a su masculinidad y argumentó con una frase bíblica: “No es bueno que el hombre esté solo”. De alguna manera comprendo a este confundido sacerdote que en su temprana juventud generosamente quiso servir al Señor y dejó todo para entrar al seminario. Y tal vez allí, en vez de apasionarlo por el evangelio, lo entusiasmaron con un engominado disfraz de sacerdote que equívocamente le daba estatus y le abría puertas. Lo hicieron sentir dueño de la verdad, un profesional de la fe, un vendedor de la doctrina y la moral, a cuyos hipnotizados televidentes les parecía que en cualquier momento diría: “llame ahora, llame ya…”.
Erróneamente, hay quienes sustentan el celibato en la creencia de que algunos hombres nacen para estar solos, o tal vez que no le atraen las mujeres, o que es una cuestión que permite poseer más tiempo para los demás o, incluso, que el no tener sexo preservaría la pureza.
El celibato es parte de las renuncias propias de quien se apasiona como el Quijote y da la vida por algo. Tal vez sea el arte, la ciencia, la justicia o lo trascendente. Por lo tanto, el celibato no puede ser para cualquiera ni debe ser impuesto. Debe ser la consecuencia de una vocación especial vivida apasionadamente.
Entonces algunos verán un error el que la Iglesia Católica, en un momento dado, haya impuesto como medida disciplinaria el celibato para todos sus sacerdotes. No es un error, pues la Iglesia vinculó el sacerdocio al estilo de vida de Jesús; no a un estatus, ni a una profesión, ni a una rareza, más bien intuyó en él una pasión y una entrega total.
Peligra, entonces, un sacerdocio vivido cómodamente, alejado de los pobres, con horario de atención al público, con descanso los lunes y sin hacer suyo todo lo humano.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
¿Quieres comentar esta noticia?