13 de abril de 2013

Hablando del Amor



HOMILÍA
III DOMINGO DE PASCUA
CICLO C

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice:
-Me voy a pescar.
Ellos contestan:
-Vamos también nosotros contigo.
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice:
-Muchachos, ¿tenéis pescado?
Ellos contestaron:
-No.
El les dice:
-Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro:
-Es el Señor.
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto, encima y pan. Jesús les dice:
-Traed de los peces que acabáis de coger.
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
-Vamos; almorzad.
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
[Después de comer dice Jesús a Simón Pedro:
-Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?
El le contestó:
-Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
Jesús le dice:
-Apacienta mis corderos.
Por segunda vez le pregunta:
-Simón, hijo de Juan, ¿me amas?
El le contesta:
-Sí, Señor, tú sabes que te quiero.
El le dice:
-Pastorea mis ovejas.
Por tercera vez le pregunta:
-Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?
Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó:
-Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.
Jesús le dice:
-Apacienta mis, ovejas.
Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.
Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios.
Dicho esto, añadió:
-Sígueme]

Jn 21,1-19


Este episodio suele considerarse como un apéndice agregado después al evangelio de Juan, que habría quedado concluido con el capítulo 20. Enlaza con el relato precedente de modo parecido a como los Hechos continúan el evangelio de Lucas, aunque su extensión sea notablemente menor. Evoca el misterio de la Iglesia mediante el hecho simbólico de la pesca milagrosa.

La escena tiene lugar en la ribera del lago de Genesaret, al oeste de Cafarnaún, en Galilea. Está llena de detalles de gran calor humano: las brasas, el pescado, el pan, la espera, la mutua acogida, el comer juntos... En un clima así, la exigencia se convierte en gozo, la corrección es ayuda de hermanos, el fracaso es aceptado con buen ánimo. Para todo esto es decisiva la ayuda del Espíritu. Una narración semejante nos ofrece Lucas, pero situada al comienzo de la vida pública de Jesús (Lc 5,1-11).

Nada se dice del regreso de los discípulos a Galilea. Debió ocurrir al finalizar los días de la solemnidad pascual. Entre lo narrado en el capítulo anterior y lo que sigue hay un intervalo indeterminado de tiempo. Se anuncia una nueva manifestación de Jesús a los apóstoles, que aparecen situados en las inmediaciones del "lago de Tiberíades". Los discípulos de Jesús, después de su resurrección, no parecen tener ideas claras sobre lo que deben hacer, y han vuelto a su antigua profesión de pescadores. Sin el Maestro, quedaron desconcertados hasta que recibieron instrucciones suyas sobre la misión que debían cumplir. Pedro debió volver a su casa de Cafarnaún. La circunstancia de ser él quien toma la iniciativa de ir a pescar -los demás le siguen- y quien dirige al grupo es importante a causa del valor simbólico que encierra toda la narración.

Sólo siete de los once apóstoles van a ser testigos de la nueva aparición. Número de totalidad que, referido a los pueblos, indica la universalidad de las naciones. Desde ahora la comunidad de Jesús vivirá abierta a todos los hombres, renunciando a todo particularismo.

La pesca es nula

En las narraciones neotestamentarias, los apóstoles solos nunca logran pescar. La expresión "aquella noche" es importante para comprender la escena. Significa la ausencia de Jesús y está en relación con sus palabras: "Mientras es de día tengo que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo" (Jn 9,4-5). En ella no pueden realizar las obras del Padre. La falta de pesca nos indica que no se refiere en primer lugar a la noche física, sino al resultado de una actitud: la carencia se debe a la falta de unión con él.

En este momento de depresión, en medio del trabajo infructuoso, se les presenta Jesús resucitado, que coincide con la llegada de la mañana. No los acompaña en la pesca, se queda en tierra: su misión en el mundo será ejercida por medio de sus discípulos. Concentrados en su esfuerzo inútil, no lo reconocen. Se han cerrado en sí mismos, confían en sus propias fuerzas y conocimientos; y el trabajo, al faltarle la vinculación con Jesús, no puede rendir. ¡Cuánto esfuerzo inútil, cuánto ruido y planes pastorales que no tienen nada que ver con su seguimiento! Creemos que hacemos algo en favor de Jesús, y, quizá, lo que conseguimos es velar a los hombres su verdadero rostro.

"Muchachos, ¿tenéis pescado?" Jesús se dirige a ellos con afecto. Con sus palabras interrumpe su inútil trabajo. Los siete están desorientados ante el total fracaso, puesto en evidencia por la pregunta de Jesús. Responden todos a una, secamente, mostrando su decepción: "No".

Con Jesús todo es posible

Jesús les señala el lugar donde tienen que echar la red para encontrar peces y pescarlos. Al faltarles la intuición del Espíritu, no habían dado con él.

Los discípulos, ante el fracaso de su búsqueda, siguen la indicación de Jesús, y la red se llena de peces grandes, signo de la fecundidad de la misión de la Iglesia cuando es fiel al Maestro. El fruto se debe a la docilidad a sus palabras, que representan el mensaje. ¿Por qué nos empeñamos en "pescar" a los hartos, cuando el evangelio sólo puede ser acogido por los pobres? Jesús les indica que, para obtener resultados verdaderos, han de dirigirse al pueblo oprimido y abandonado, que ha perdido prácticamente la esperanza. A ellos deben dedicar su vida, para hacer hombres justos y libres, como hizo él durante toda su vida pública. En ese grupo humano el fruto será abundante. En él hemos de lanzar las redes en nombre de Jesús, confiando en su palabra, aun cuando todas las apariencias parezcan abogar por lo contrario.

Los ojos de Juan se iluminan y descubren en aquel signo la evidencia de la presencia de Jesús resucitado. Sólo el que tiene experiencia del amor de Jesús sabe leer las señales. Una cosa así no podía ser obra más que de Jesús: "Es el Señor".

Pedro no había percibido la causa de la fecundidad; pero, al oír las palabras de Juan, comprende y se tira al agua, después de atarse la túnica, como Jesús se había atado la toalla antes de lavarles los pies (Jn 13,4). Como él, está dispuesto al servicio hasta la muerte. Ha entendido el gesto de amor de Jesús en la última cena, y con su acción individual simboliza su nueva actitud. Para que los hombres encuentren la vida es preciso que los seguidores de Jesús estén dispuestos a entregarse hasta el fin.

"Los demás discípulos se acercaron en la barca". Estaban cerca de tierra: "unos cien metros". De momento, no sienten la necesidad de rectificar nada de su conducta.

La comida fraterna

Al llegar a tierra, Jesús los sorprende con su señal inconfundible: la comida fraterna, signo de la eucaristía. Les tiene preparados unos alimentos, distintos de los que ellos han obtenido por iniciativa suya. El primero es gratuito; el segundo es fruto de un trabajo en comunión con Jesús. Existen, pues, dos clases de alimento: el que ofrece Jesús directamente y el que se obtiene respondiendo a su mensaje. No tiene sentido comer con Jesús si no se aporta nada; pero lo que se aporta no se obtiene sin él.

Si el texto menciona el número de peces capturados, debemos estar seguros de que no lo hace para satisfacer la curiosidad de los lectores o precisar una cantidad. Si hubiera pretendido afirmar lo extraordinario de la pesca lograda, habría redondeado la cifra, que siempre es más impresionante. Tengamos en cuenta, además, que en aquella cultura se daba una importancia excepcional al simbolismo de los números. ¿Qué significa el número de peces recogidos -"ciento cincuenta y tres"-?

Según san Jerónimo, algunos naturalistas antiguos afirmaban que las especies distintas de peces que existían en los mares eran ciento cincuenta y tres. Es también la suma de tres grupos de cincuenta más un tres, que es precisamente el multiplicador. El número cincuenta, que está en relación con los cinco mil del episodio de los panes (Jn 6,10) al conservarse el valor simbólico de una cifra en sus múltiplos, designa a una comunidad como profética, a la comunidad del Espíritu. Cada grupo de cincuenta peces "grandes" corresponde a una comunidad de hombres "adultos", de hombres que se han realizado en plenitud por obra del Espíritu. El número tres, que multiplica las comunidades, es el de la divinidad. Además, ciento cincuenta y tres resulta de la suma de todos los números desde el uno al diecisiete, ambos inclusive, y que se compone de la suma de diez más siete; números que, cada uno de por sí, significan una totalidad perfecta. Por todo lo dicho podemos concluir que la cantidad indicada de peces debe ser entendida como símbolo de la totalidad, de la plenitud de algo. Así, los ciento cincuenta y tres peces simbolizan la totalidad de los hombres llamados a recibir el reino de Dios, sin distinción de raza, condición social, religión o sexo. Lo recibirán en la proporción exacta en que los discípulos sean fieles a su mensaje y a su presencia en medio de ellos. "Y aunque eran tantos, no se rompió la red". La red que no se rompe simboliza la unidad por la que Jesús había rogado en su cena de despedida. Unidad que debe permanecer en medio de la enorme diversidad de pueblos. Esta universalidad y unidad habían sido ya reflejadas en el reparto de sus ropas y en el sorteo de su túnica por los soldados que lo crucificaron.

"Vamos, almorzad". Jesús invita a todos a participar de su comida. El ofrece los alimentos. Les invita a su eucaristía, a participar de su entrega hasta la muerte. Los discípulos lo han reconocido por los frutos conseguidos. Experimentan que es necesaria la presencia y actividad de Jesús para que su misión sea fecunda; que sin él la actividad de los cristianos está destinada al fracaso. Saben también que su colaboración con el Maestro es esencial para que éste pueda continuar su obra en el mundo. Tarea que deberán realizar unidos a Jesús por el vínculo de la amistad. Jesús está presente como el Amigo que da fecundidad a sus esfuerzos.

El fruto de la misión de los cristianos depende de la docilidad a las palabras de Jesús, a su mensaje de amor, que pide la decisión de seguirlo hasta dar la vida. Esta misión cristiana, realizada en comunión con Jesús, la celebramos en la eucaristía comunitaria. En ella Jesús se ofrece como alimento, y los discípulos aportan sus propias personas. Se verifica así la comunión entre la entrega de Jesús a los suyos y de éstos a él. ¿Cómo comprender y celebrar la entrega de Jesús en la eucaristía si asistimos a ella como espectadores?

Jesús y Pedro dialogan sobre el amor

En la segunda parte de este evangelio hallamos una conmovedora escenificación de la relación entre Jesús y Pedro, encuadrada en el marco de la eucaristía que acaban de celebrar. Jesús se dirige a Pedro para resolver una cuestión pendiente desde las negaciones del discípulo. Pedro propugnaba una salvación-liberación por la fuerza, no por el amor, y Jesús quiere curarlo de raíz. Terminada la comida comunitaria, Jesús se dirige a Pedro de un modo parecido a como había hecho con Tomás unos días antes. Es de nuevo el Maestro el que toma la iniciativa.

El objetivo central es mostrarnos la función directiva de Pedro en la Iglesia en un tiempo en que ésta empezaba a tener las primeras dificultades de cara a su unidad. Es este pasaje el argumento bíblico más importante y decisivo sobre el primado de Pedro en la Iglesia universal.

El diálogo se sitúa en lo que más interesa: el amor. Sólo el que ama con humildad puede enseñar a amar, puede enseñar a ser cristiano. El camino no es fácil, ni mucho menos. Se resume en la palabra final: "Sígueme".

Después de la comida se habían puesto los dos a caminar. Hacía tiempo que no se encontraban juntos. Habían pasado muchas cosas desde que sus dos miradas se cruzaron en el palacio de Caifás (Lc 22,61), después de su triple negación. Jesús se lo había dicho, pero Pedro no quiso creerlo. Estaba completamente seguro de sí mismo, seguro de la amistad que le unía a Jesús.

Jesús había tenido amigos que le habían abandonado (Jn 6,66). Había sido muy duro... Pedro se había quedado (Jn 6,67- 69). Sentía en torno a Jesús una gran hostilidad, y eso aumentaba su coraje, su fuerza, su amistad. Se acordaba de lo que había dicho en la cena de despedida (Jn 13,37). Cuando a Jesús se le miraba con buenos ojos, cuando era bien recibido por la muchedumbre, era fácil decir: "Yo daré por ti la vida". Pero después se había convertido en un prisionero, en un hombre del que todos se burlaban y al que iban a condenar a muerte. Y Pedro tuvo miedo de ser detenido; temió por su vida. Y le negó las tres veces que Jesús le había anunciado.

Ahora están allí los dos, Jesús y Pedro, con la experiencia de tres años de amistad, con sus momentos buenos y malos. Teniendo detrás de sí ese acontecimiento inesperado: la muerte de Jesús en la cruz; y ese otro suceso aún más insospechado: su presencia de resucitado al lado de Pedro. "Al tercer día resucitaré" (Mt 16,21; 17,23; 20,19). Pedro lo recuerda. Se lo había anunciado a todos. Pero ninguno había hecho caso; ninguno había creído tal cosa. Sin embargo, todo había sucedido como él les había profetizado. Y Jesús pregunta a Pedro: "¿Me amas?" Es el amigo que quiere saber; quiere estar seguro, como si tuviese necesidad de su apoyo, de su amistad, de su fidelidad; como si quisiera asegurarse de poder contar con él para siempre.

Y Pedro responde: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero". Conoce su debilidad y no se enorgullece ahora de su amor ni de su lealtad hacia Jesús. El, que conoce su corazón, sabe que lo ama de verdad.

Tres veces la pregunta de Jesús, como tres veces le había negado. Pedro no puede afirmar nada después de lo que ha sucedido. Aunque ahora declare ser su amigo, quizá vuelva a negarle otra vez. Y Pedro mide su debilidad, se da cuenta de sus limitaciones, de su radical pobreza. A pesar de todo, quiere a Jesús, porque es su amigo, porque es todo para él. No puede explicarlo, pero es así. Y se remite al conocimiento que Jesús tiene de él; él puede juzgar de la veracidad de sus palabras.

A este hombre que conoce ahora su valía, a este amigo que le ha negado, Jesús le va a confiar la dirección de su propia misión: extender el amor por el mundo.

"Apacienta mis corderos..., pastorea mis ovejas". Jesús le confía lo que más quiere en el mundo, porque Pedro ha hablado esta vez no únicamente por sí mismo, sino por y con el Espíritu que está en él. Jesús le pide que el amor que le tiene a él lo demuestre en la entrega sin límites a los demás. El Pedro de la espada y de la violencia, el Pedro de las disputas y de las ambiciones por el primer puesto, tenía que morir para convertirse en el Pedro del amor, de la renuncia y de la entrega a los hermanos.

"Apacentar", "pastorear", es conducir a los miembros de la comunidad a la vida según el Espíritu de Jesús; es velar por su fe y promoverla; es alimentar el amor, la unidad, la pobreza, la libertad, la justicia; es ser signo de alegría, de esperanza, de lucha por el mundo nuevo; es animar a una experiencia interior más que a un oficio: la gozosa experiencia del amor de Dios derramado en el corazón de los hombres.

Pedro ya puede seguirle hasta el martirio

Jesús anuncia a Pedro su muerte cruenta con una imagen tomada del medio ambiente. Los orientales usaban vestidos muy amplios y acostumbraban a recogerlos con un cíngulo para poder caminar largas distancias o trabajar, que es lo que hizo Pedro al echarse al mar para ir al encuentro de Jesús. Un joven podía hacerlo con facilidad; un hombre mayor, no. Si Pedro quería seguir a Jesús empuñando su propio cayado, tenía que hacerlo por su mismo camino de amor, de servicio, de olvido total de sí mismo hasta la muerte. El resultado sería el mismo que había obtenido Jesús.

Después que le hizo este vaticinio, añadió: "Sígueme". Sólo ahora que sabe y acepta el precio de ser discípulo podrá seguir a Jesús hasta el final. Jesús, repetidamente, durante sus breves años de predicación por Palestina, hizo esta invitación a seguirle a hombres del pueblo. Ahora, resucitado, se la hace a Pedro. Y es porque su llamada no se dirige sólo a aquellos que le conocieron durante su vida física, sino también a nosotros, a los cristianos de todas las épocas y lugares. Jesús pasa constantemente a nuestro lado para invitarnos a seguirle, a vivir la verdadera vida humana. Y espera nuestra respuesta.

Pero es importante que comprendamos bien qué significa seguir a Jesús; que entendamos qué exige. Para ello es necesario que aceptemos que Jesús es el Señor. Ser "Señor" significa que Jesús es nuestra única norma, nuestra única ley, nuestro único camino, verdad y vida. Significa que de él no podemos discrepar, aunque nos cueste. Significa tener la certeza de que él siempre tiene razón. Podemos querer mucho a una persona, estar de acuerdo con sus planteamientos..., pero ello nunca nos llevará a obedecerla ciegamente. Con Jesús es distinto: seguirle es confiar incondicionalmente en él, es saber decir "amén" a su palabra, a su voluntad. Aunque estemos muy lejos de serle fiel, de vivir como él espera de nosotros, de entenderle... Decir "Jesús es Señor" es creer que la vida está llena de sentido.

Si es el amor lo que transforma al hombre en discípulo de Jesús, es solamente el amor de los cristianos lo que permitirá que "la red no se rompa", que la unidad sea posible. Desde este texto, ¿cómo entender y creer en una Iglesia poderosa? Es necesario que los cristianos ahondemos en estas pocas líneas y hagamos una clara opción por la Iglesia del amor y de los pobres, de la paz, de la no violencia activa... No existe otra manera de unir a los hombres que ésta. ¿Es el amor el que mueve a los cristianos? ¿Es el amor el que rige las relaciones entre los miembros de las comunidades? ¿Es el amor lo que está por debajo de nuestras instituciones, cánones, ritos y costumbres?... Es la pregunta que Jesús resucitado plantea a nuestras comunidades. No nos demos prisa en responder...

El futuro de Juan

Una vez más entra en escena el apóstol y evangelista Juan junto a Pedro, que al ver "que los seguía el discípulo a quien Jesús tanto quería" le preguntó a Jesús: "Señor, y éste, ¿qué?" Pedro, que había comprendido que Jesús había aludido a su muerte, se interesó por el futuro de su amigo Juan.

Jesús no le contesta directamente. La invitación que le ha hecho es para él. Pedro debe seguirle hasta la muerte y no debe meterse en los planes del Padre para su compañero. Las palabras de Jesús sobre el futuro de Juan corrieron deformadas entre los cristianos, hasta el punto de afirmar que Jesús le había prometido que él volvería antes de su muerte. Los primeros cristianos esperaban la segunda venida de Jesús como algo inminente, por lo que creían que, aunque muchos muriesen, algunos otros vivirían hasta el regreso del Señor. Se interpretó que Juan era uno de ellos.

Entre tanto, había muerto Juan. Y ante su muerte se sintió la necesidad de aclarar las ambiguas palabras de Jesús. Hacer esta rectificación fue la razón principal de añadir estos versículos al evangelio después del fallecimiento del apóstol, muerto en edad muy avanzada.

"Este es el discípulo que da testimonio de todo esto y lo ha escrito: y nosotros sabemos que su testimonio es verdadero". Es el segundo colofón o epílogo de este evangelio, redactado, sin duda, por un grupo de discípulos de Juan, quizá en Efeso. Testifican que el evangelio que publican está escrito por el menor de los hijos de Zebedeo y ellos saben la verdad de su testimonio.

Dar testimonio es declarar que realmente se ha presenciado un hecho o se tiene la experiencia directa de algo ocurrido. Dar testimonio de Jesús no consiste simplemente en relatar una historia pasada, sino en transmitir la vivencia de una experiencia personal. Cada comunidad puede comunicarlo así a los demás siempre de primera mano. Esta es la obra del Espíritu. Pero la experiencia es intransferible. El testimonio sólo puede invitarnos al encuentro personal con Jesús, que producirá en nosotros una experiencia semejante si aceptamos su Espíritu y practicamos su amor.

Jesús no es una figura del pasado; sigue presente entre sus seguidores como centro de donde brota la vida de su comunidad, capacitándola para entregarse como él al servicio de la humanidad hasta la muerte. No basta para llegar a ser discípulo suyo la mera reconstrucción histórica de su actividad y enseñanza, si por ello se entiende hacer la crónica de su vida. El hecho cristiano arranca ciertamente del personaje histórico Jesús, que murió condenado en la cruz por las autoridades religiosas y políticas de su tiempo; pero su verdadera dimensión histórica se expresa en la capacidad transformadora de aquel acontecimiento. Aceptando el testimonio de aquellos que han experimentado su acción transformadora se puede llegar, por el encuentro personal con él, a la misma experiencia. "Muchas otras cosas hizo Jesús..." Termina el cuarto evangelio afirmando que lo escrito es sólo una muestra de las muchas cosas que hizo Jesús, una muestra de su fecunda y prodigiosa obra. No es preciso saber todo lo que hizo; lo que verdaderamente importa es penetrar en su significado. Para conocer a Jesús no hace falta tanto la plena información histórica como llegar a su interior, a las profundas razones de su vivir, y comprender su significado esencial, conocer su incidencia sobre el hombre y su vida, su alternativa de vida plena y para siempre.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ

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