DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LA UNIVERSIDAD DE PAVÍA
Rector magnífico;
ilustres profesores;
queridos estudiantes:
ilustres profesores;
queridos estudiantes:
Mi visita pastoral a Pavía, aun
siendo breve, no podía menos de incluir una etapa en esta
universidad, que constituye desde hace siglos un elemento
característico de vuestra ciudad. Por eso, me alegra estar entre
vosotros para este encuentro, al que atribuyo un valor particular,
pues también yo vengo del mundo académico.
Saludo cordialmente a los
profesores y, en primer lugar, al rector, profesor Angiolino Stella,
a quien agradezco las amables palabras que me ha dirigido. Saludo a
los estudiantes y, de modo especial, al joven que se ha hecho
portavoz de los sentimientos de los demás universitarios. Me ha
asegurado vuestra valentía en la entrega a la verdad, vuestra
valentía para buscar más allá de los límites de lo conocido, para
no rendiros ante la debilidad de la razón. Y agradezco mucho estas
palabras. Saludo también y expreso mis mejores deseos a todos los
que forman parte de vuestra comunidad académica y hoy no han podido
estar aquí presentes.
Vuestra universidad es una de las
más antiguas e ilustres de Italia. Como ha dicho el rector
magnífico, entre sus docentes ha tenido personalidades destacadas,
como Alessandro Volta, Camillo Golgi y Carlo Forlanini. Me complace
recordar también que por vuestro ateneo han pasado profesores y
alumnos que han alcanzado una eminente talla espiritual, como Michele
Ghislieri, que llegó a ser el Papa san Pío V, san Carlos Borromeo,
san Alejandro Sauli, san Ricardo Pampuri, santa Gianna Beretta Molla,
el beato Contardo Ferrini y el siervo de Dios Teresio Olivelli.
Queridos
amigos, toda universidad tiene por naturaleza una vocación
comunitaria, pues es precisamente una universitas,
una comunidad de profesores y alumnos comprometidos en la búsqueda
de la verdad y en la adquisición de competencias culturales y
profesionales superiores. La centralidad de la persona y la dimensión
comunitaria son dos polos igualmente esenciales para un enfoque
correcto de la universitas studiorum.
Toda universidad debería conservar siempre la fisonomía de un
centro de estudios "a medida del hombre", en el que la
persona del alumno salga del anonimato y pueda cultivar un diálogo
fecundo con los profesores, que los estimule a crecer desde el punto
de vista cultural y humano.
De este enfoque se derivan
algunas aplicaciones relacionadas entre sí. Ante todo, es verdad que
sólo poniendo en el centro a la persona y valorando el diálogo y
las relaciones interpersonales se puede superar la fragmentación de
las disciplinas derivada de la especialización y recuperar la
perspectiva unitaria del saber. Las disciplinas tienden naturalmente,
y con razón, a la especialización, mientras que la persona necesita
unidad y síntesis.
En segundo lugar, es de
fundamental importancia que el compromiso de la investigación
científica se abra al interrogante existencial del sentido de la
vida misma de la persona. La investigación tiende al conocimiento,
mientras que la persona necesita también la sabiduría, es decir, la
ciencia que se manifiesta en el "saber vivir".
En tercer lugar, la relación
didáctica sólo puede llegar a ser relación educativa, un camino de
maduración humana, si se valora a la persona y las relaciones
interpersonales. En efecto, la estructura privilegia la comunicación,
mientras que las personas aspiran a la participación.
Sé que esta atención a la
persona, a su experiencia integral de vida y a su tendencia a la
comunión, está muy presente en la actividad pastoral de la Iglesia
en Pavía en el ámbito cultural. Lo atestigua la labor de los
Colegios universitarios de inspiración cristiana. Entre estos,
quisiera recordar también yo el Colegio Borromeo, impulsado por san
Carlos Borromeo, cuya bula de fundación es del Papa Pío IV, y el
Colegio Santa Catalina, fundado por la diócesis de Pavía por
voluntad del siervo de Dios Pablo VI, con una contribución decisiva
de la Santa Sede.
En este sentido, también es
importante la labor de las parroquias y de los movimientos
eclesiales, en particular del Centro universitario diocesano y de la
FUCI, que tienen como finalidad acoger a la persona en su integridad,
proponer caminos armónicos de formación humana, cultural y
cristiana, y ofrecer espacios de participación, de confrontación y
de comunión.
Quisiera aprovechar esta ocasión
para invitar a los alumnos y a los profesores a no sentirse sólo
objeto de atención pastoral, sino también a participar activamente
y a contribuir al proyecto cultural de inspiración cristiana que la
Iglesia promueve en Italia y en Europa.
Al encontrarme con vosotros,
queridos amigos, me viene espontáneo pensar en san Agustín,
copatrono de esta universidad, juntamente con santa Catalina de
Alejandría. El camino existencial e intelectual de san Agustín
testimonia la fecunda interacción que existe entre la fe y la
cultura. San Agustín estaba impulsado por el deseo incansable de
encontrar la verdad, de descubrir qué es la vida, de saber cómo
vivir, de conocer al hombre. Y, precisamente a causa de su pasión
por el hombre, buscaba necesariamente a Dios, porque sólo a la luz
de Dios puede manifestarse también plenamente la grandeza del
hombre, la belleza de la aventura de ser hombre.
Al inicio, este Dios le parecía
muy lejano. Luego lo encontró. Ese Dios grande, inaccesible, se hizo
cercano, uno de nosotros. El gran Dios es nuestro Dios, es un Dios
con rostro humano. Así, la fe en Cristo no puso fin a su filosofía,
a su audacia intelectual; al contrario, lo estimuló aún más a
buscar la profundidad del ser humano y a ayudar a los demás a vivir
bien, a encontrar la vida, el arte de vivir. Esto era para él la
filosofía: saber vivir, con toda la razón, con toda la
profundidad de nuestro pensamiento, de nuestra voluntad, y dejarse
guiar en el camino de la verdad, que es un camino de valentía, de
humildad, de purificación permanente.
Toda la búsqueda de san Agustín
encontró cumplimiento en la fe en Cristo, pero en el sentido de que
siempre permaneció en camino. Más aún, nos dice: incluso en
la eternidad proseguirá nuestra búsqueda; será una aventura eterna
descubrir nuevas grandezas, nuevas bellezas. Al interpretar las
palabras del Salmo: "Buscad siempre su rostro",
dijo: esto vale para la eternidad; y la belleza de la eternidad
consiste en que no es una realidad estática, sino un progreso
inmenso en la inmensa belleza de Dios. Así pudo encontrar a Dios
como la razón fundante, pero también como el amor que nos abraza,
nos guía y da sentido a la historia y a nuestra vida personal.
Esta
mañana expliqué que ese amor a Cristo dio forma a su compromiso
personal. De una vida planteada como búsqueda pasó a una vida
totalmente entregada a Cristo y así a una vida para los demás.
Descubrió —esta fue su segunda conversión—
que convertirse a Cristo significa no vivir ya para sí mismos, sino
estar realmente al servicio de todos.
San
Agustín ha de ser para nosotros, precisamente también para el mundo
académico, modelo de diálogo entre la razón y la fe, modelo de un
diálogo amplio, que sólo puede buscar la verdad y así también la
paz. Como afirmó mi venerado predecesor Juan Pablo II en la
encíclicaFides
et ratio,
"el Obispo de Hipona consiguió hacer la primera gran síntesis
del pensamiento filosófico y teológico, en la que confluían las
corrientes del pensamiento griego y latino. En él, además, la gran
unidad del saber, que encontraba su fundamento en el pensamiento
bíblico, fue confirmada y sostenida por la profundidad del
pensamiento especulativo" (n. 40).
Por eso, invoco la intercesión
de san Agustín para que la Universidad de Pavía se distinga siempre
por una atención especial a la persona, por una acentuada dimensión
comunitaria en la investigación científica y por un fecundo diálogo
entre la fe y la cultura.
Os agradezco vuestra presencia y,
a la vez que os expreso mis mejores deseos de éxito en vuestros
estudios, imparto a todos mi bendición, que hago extensiva a
vuestros familiares y a vuestros seres queridos.
BENEDICTUS P.P. XVI
22 de abril de 2008
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