“Giovannino” – Juanito- nació en Castel Porchiano, junto a Amelia, en Umbría (Italia) hacia el 1318. Entró muy joven en la Orden Agustiniana, distinguiéndose por la sencillez e inocencia de vida y por el amor y entrega a los hermanos. Fue enviado a Rieti, donde permaneció hasta su temprana muerte en 1336 (?).
El gran agustino, Jordán de Sajonia (+ 1380), en su obra, “Vidas de Hermanos” (Liber Vitasfratrum), nos da este testimonio sobre nuestro “Beato Juan de Rieti”:
Había también un Hermano joven, en la ciudad de Rieti, con el nombre de Juan, sencillo, humilde y siempre de semblante alegre; era muy afable, y social, y nada distinto de los demás en el comer, y en el beber, y en otras cosas que pertenecen al trato común de los Hermanos; pero en lo interior era muy singular.
Manifestó mucho amor y caridad para con todos los Hermanos. Jamás salió palabra de su boca, ni se vio en él obra alguna que desdijese de la caridad fraterna.
Obsequioso con todos, lo fue principalmente con los enfermos, y con los huéspedes, a los cuales lavaba los pies, limpiaba los vestidos, y les cedía sus mismas cosas, mostrándoles con alegría toda la caridad de su inmenso corazón. Además, para él no había distinción entre sacerdote y sacerdote, sino que indistinta y espontáneamente, cuando le era posible, a todos, con suma diligencia, ayudaba de bonísimo grado a Misa y con mucha piedad.
Este Hermano acostumbraba ir solo a pasear por la huerta del convento, y al salir, se le vio derramar lágrimas. Mas preguntándole una ver por qué lloraba, respondió: “Porque veo que los árboles, las hierbas, las aves, y la tierra con sus frutos, obedecen a Dios; y los hombres, a los que, por la obediencia, está prometida la vida eterna, quebrantan los preceptos de su Creador. Por esto gimo y lloro”.
A este Hermano de feliz recuerdo, algunos días antes de su muerte, le venía un ruiseñor, todos los días, a la ventana de su celda, para cantarle dulcemente. Admirados de esto, los Hermanos preguntan al siervo de Dios qué sería eso; a lo que él respondió, medio sonriendo y como en bromas, que su esposa le invitaba al paraíso.
El día antes, mientras estaba ayudando a Misa, vio sobre el altar una luz celestial; y empezó ese mismo día a enfermar. Después, recibidos con gran devoción los Sacramentos, entregó su espíritu al que se lo había dado. Enseguida, y dentro del mismo año de su muerte, hizo Dios, por intercesión de este siervo suyo, cerca de ciento cincuenta milagros, muy gloriosos, como oí a algunos Hermanos de ese convento, cuando estuve en Rieti, ante el sepulcro del mismo santo Hermano.
Murió en Rieti a los diecisiete años de edad, hacia el 1336. Sus restos reposan en la iglesia de san Agustín de Rieti. Gregorio XVI confirmó su culto en 1832.
Oh Dios, cuyo Hijo se nos dio como ejemplo de humildad y prometió a los limpios de corazón que verían a Dios: concédenos, a nosotros, siervos tuyos, que, por intercesión del beato Juan, te sirvamos fielmente con humildad y pureza de corazón. Por N.S.J. Amén.
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