Una persona con corazón es una persona profunda y a la vez cercana; entrañable y comprensiva, capaz de sentir emociones a la vez que de ir al fondo de las cosas y los acontecimientos.
El corazón ha simbolizado para la gran mayoría de las culturas el centro de la persona, donde vuelve a la unidad y se fusiona la múltiple complejidad de sus facultades, dimensiones, niveles, estratos: lo espiritual. y lo material, lo afectivo y lo racional, lo instintivo y lo intelectual. Una persona con corazón es no la dominada por el sentimentalismo sino la que ha alcanzado una unidad y una coherencia, un equilibrio de madurez que le permite ser objetivo y cordial, lúcido y apasionado, instintivo y racional; la que nunca es fría sino siempre cordial, nunca ciega sino siempre realista.
Tener corazón equivale para el hombre antiguo a ser una personalidad integrada.
En fin, el corazón es el símbolo de la profundidad y de la hondura. Sólo quien ha llegado a una armonía consciente con el fondo de su ser, consigue alcanzar la unidad y la madurez personales.
Jesús, el hombre para los demás, tiene corazón porque toda su vida es como un fruto logrado y pingüe, un fruto suculento de sabiduría y santidad. Su corazón no es de piedra sino de carne (Ez 11,19). Su vida es un signo del buen amar, del saber amar.
Pero sobre todo, Jesús en su corazón es la profundidad misma del hombre. En él está la fuente del Espíritu que brota como agua fecunda hasta la vida eterna (Jn 7,37; 19,34).
En aquel tiempo los judíos, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados con la lanza le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.
El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.»
Jn 19,31-37
Jesús, en su entrega total a la humanidad, lo dio todo. El remate, del que fue objeto por parte del soldado imperial, es el mejor testimonio de que el amor al prójimo no debe tener frenos de ninguna clase ni excusa de ningún género.
La realidad de Dios, el fondo de nuestro ser irrumpen en nuestra experiencia a través del corazón de Cristo, que nos da la medida de lo ancho, lo profundo, lo largo y lo alto que es el ámbito del misterio divino. Viviendo el amor, el sacrificio de la entrega personal podemos descubrir y hacer descubrir las dimensiones absolutas, ilimitadas de nuestra existencia.
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