9 de marzo de 2012

La Expulsión de los Mercaderes



HOMILÍA
III DOMINGO DE CUARESMA

En aquel tiempo se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:

-Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
-¿Qué signos nos muestras para obrar así?
Jesús contestó:
-Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Los judíos replicaron:
-Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

Jn 2,13-25


El Evangelio de hoy tiene tres partes, tres momentos, tres enseñanzas; la parte de la expulsión de los mercaderes es de lo más conocida; no así las otras dos, que resultan de una inusual dureza y quizás por eso han quedado un tanto relegadas al desconocimiento. Pero las tres tenemos que escuchar, y las tres son Palabra de Dios, en las tres nos dice El algo para nuestra vida.

Jesús desaloja el Templo

Esta acción de Jesús resulta, a primera vista, conflictiva, extraña, inexplicable en Jesús: un arrebato devorador de celo por la casa del Padre le lleva a desalojar a vergazos a los mercaderes que se ganaban la vida en el Templo.

La razón: el pueblo judío había tergiversado y corrompido el sentido del Templo, en particular, y de la religión en general.

Como siempre, no se trata de una mera crónica, sino de una advertencia: si no se anda con cuidado, pronto se cae en el peligro de tergiversar la religión. Y tergiversarla es:

-vivirla al margen de toda implicación social y política;

-vivirla sólo de vez en cuando;

-acudir a ella sólo en los momentos de necesidad;

-emplearla para (supuestamente) dar culto a Dios y desentendernos del prójimo y sus problemas;

-refugiarnos en ella huyendo del "mundo";

-hacer negocio a costa de ella;

-cambiar el servicio de Jesús lavando los pies en la última cena por el boato, la solemnidad y la parafernalia de ciertas ceremonias;

-emplearla como baremo para dividir y clasificar en "los nuestros" y "los otros" (y mirar como a inferiores a los que no son de los nuestros);

-usarla para controlar y dominar pueblos y/o personas;

-imponerla por la fuerza;

-valernos de ella para sentirnos superiores en lugar de ser más servidores;

-tomarla como un "seguro" en lugar de una apuesta en favor de la vida.

Y aún hay muchos otras formas de tergiversación. Hoy también hay, pues, mucha corrupción en nuestra forma de vivir la fe, y por eso necesitan de un buen "barrido"; acaso incluso necesiten un "desalojo a latigazos".

El enigma de Jesús

Tal actuación dejó a los judíos impresionados e irritados; ¡aquello era intolerable! Por eso le piden una explicación, un signo que les haga comprender el por qué de su actuación. En realidad no era la primera vez que le pedían tal signo; aquello les valió de Jesús los calificativos de generación adúltera y perversa. ¿Volverá Jesús al enfrentamiento o dará, al fin, la respuesta pedida? Ni lo uno ni lo otro.

La respuesta de Jesús, en esta ocasión, es un enigma, un misterio; o más exactamente: una frase de doble sentido que, sólo desde el misterio, es posible comprender. Desde la superficialidad se llega a una interpretación errónea tanto de Jesús como de su obra: se le toma por un "albañil loco", o se le toma por un superhombre, o alguien genial, o un loco idealista...

Sólo situándose en la dimensión misterio, desde la fe, es posible entender el verdadero significado de esas extrañas palabras de Jesús: él es el templo que ser reconstruirá a los tres días de ser destruido, él es quien resucitará al tercer día.

Tampoco estamos aquí ante una crónica, sino ante una grave advertencia dirigida a nosotros mismos: a Jesús sólo lo entenderemos bien desde la fe, desde una auténtica experiencia de fe; en esto no vale ni tan siquiera una actitud de una cierta "credulidad". Y entenderlo es comprenderlo (en la medida en que esto nos es posible), y es admitir que en El siempre nos quedará algo por descubrir, y es, sobre todo, seguirle, ponernos en camino tras él, vivir como él, entregarnos a los demás como él, darles nuestra vida como él.

Al mismo tiempo estas palabras de Jesús son también una grave advertencia contra el desánimo, la desesperanza, la desconfianza con que a veces nos dirigimos a Dios. Quien sabe entenderle, quien le conoce sabe perfectamente que el bien triunfará sobre el mal, la vida sobre la muerte. Pero esto lo descubre, sólo, quien ha conocido a Jesús y ha puesto su confianza en él.

Jesús conoce a todos

Aparentemente se trata de un final pesimista para el Evangelio de hoy: Jesús conoce a todos y desconfía. Y no tenemos necesariamente que excluirnos de ese "todos".

El temor de Jesús nace de los sucesos acaecidos: en ellos ve que es más fácil ser religioso que creyente y discípulo; más aún: con frecuencia se utiliza la excusa de ser religioso para no molestarse en ser creyente. Este aviso de Jesús es más grave aún, si cabe, que los anteriores. Porque, igual que afirmamos que no hay peor sordo que el que no quiere oir, podemos afirmar que no hay peor creyente que el que más presume de tal.

En el orden de la fe no se puede aplicar el estilo del orden de la sociedad; en el orden de la fe no hay privilegios, no hay derechos adquiridos, no hay prioridades, no hay primeros puestos; de nuevo debemos recordar aquí la parábola del publicano y del fariseo, para entender correctamente lo que Jesús nos quiere enseñar.

Ser creyente no es un privilegio para sentirnos superiores, sino un don para ser más serviciales; pero al hombre le gusta encontrar distintivos que le diferencien de los demás, a ser posible en el terreno de lo religioso: una fuerte tentación a la que, sin embargo, tenemos que saber resistirnos.

La confianza es más fuerte

Los recelos de Jesús son claros; y están justificados. Pero Jesús no tuvo en el recelo su última palabra sobre el hombre. Porque, a pesar de todo, no dudará en dar su vida por los hombres; que es tanto como expresar su confianza en que, antes o después, el hombre se abrirá a Dios y trabajará por el Reino.

Esta cuaresma no nos prepara, a fin de cuentas, para escuchar los recelos que Jesús pueda tener sobre la actitud de algunos hombres ante un mensaje y su persona; la cuaresma nos prepara para que sepamos que, a pesar de nuestras debilidades, de nuestros fallos, de nuestras hipocresías, de nuestras traiciones, Dios está con nosotros, y su Hijo da su vida por nosotros, y Dios Padre lo resucita para que todos sepamos que estamos llamados a la vida.

La cuaresma nos prepara a la Pascua, y no hemos de tener miedo a escuchar por el camino palabras de reproche, palabras que ponen al descubierto las miserias de nuestro corazón, porque lo que Jesús anda buscando no es dejarnos en ridículo, ni destruirnos, sino que reconozcamos nuestro pecado, cambiemos de vida, trabajemos por el Reino y alcancemos la paz que buscamos.

L. GRACIETA
DABAR 1991/16

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