28 de febrero de 2012

Cuaresma con los Padres: Martes I, La Oración Perfecta (San Cipriano de Cartago)

Cuando oren, no hablen mucho, como hacen los paganos: ellos creen que por mucho hablar serán escuchados. No hagan como ellos, porque el Padre que está en el cielo sabe bien qué es lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes oren de esta manera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido. No nos dejes caer en la tentación, sino líbranos del mal. Si perdonan sus faltas a los demás, el Padre que está en el cielo también los perdonará a ustedes. Pero si no perdonan a los demás, tampoco el Padre los perdonará a ustedes. 

Mt 6,7-15

«Los preceptos evangélicos, queridos hermanos, no son otra cosa que las enseñanzas divinas, fundamentos que edifican la esperanza, cimientos que corroboran la fe, alimentos del corazón, garantía para la obtención de la salvación: ellos instruyen en la tierra a las mentes dóciles de los creyentes y los conducen a los reinos celestiales...

«El Hijo de Dios, entre todos los demás saludables consejos y divinos preceptos con los que orientó a su pueblo para la salvación, le enseñó también la manera de orar, y, a su vez, Él mismo nos instruyó y aconsejó sobre lo que teníamos que pedir. El que nos dio la vida nos enseñó también a orar, con la misma benignidad con la que da y otorga todo lo demás, para que fuésemos escuchados con más facilidad, al dirigirnos al Padre con la misma oración que el Hijo nos enseñó.

«...¿pues qué oración más espiritual puede haber que la que nos fue dada por Cristo, por quien nos fue enviado también el Espíritu Santo, y qué plegaria más verdadera ante el Padre que la que brotó de los labios del Hijo, que es la Verdad?... Oremos, pues, hermanos queridos, como Dios, nuestro Maestro, nos enseñó. A Dios le resulta amiga y familiar la oración que se le dirige con sus mismas palabras, la misma oración de Cristo, que llega a sus oídos» 

San Cipriano de Cartago, Tratado sobre el Padrenuestro 1-3.

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