20 de abril de 2011

¿Y si Karol hubiera dicho que no?


Hace seis años, en esa misma plaza de San Pedro, el mundo entero despedía a uno de los hombres más influyentes de nuestro tiempo. Hoy en esa misma plaza lo aclamamos como santo. En los periódicos del mundo habrá de todo. Unos recordarán estadísticas alucinantes de ese Papa excepcional; por ejemplo: 133 países visitados, recorriendo 1.300.000 kilómetros. Otros recordarán su influencia en la caída del imperio soviético. Otros las Jornadas de la Juventud con los auténticos baños de multitudes que se dio. Otros darán la noticia en una columnita en páginas interiores. De todo habrá…
Pero nosotros el 1 de mayo recordaremos que toda esa actividad era fruto de una vida espiritual intensa, de un amor desbordante a Cristo, de una llama interior que deseaba que ese Amor fuera compartido con todos. ¡Qué bien tan inmenso ha hecho a tantas personas su entrega total! Pero esa estadística -que es la que de verdad importa- sólo la conoceremos en el cielo.
Un momento clave en su vida
Hay un episodio en la biografía del joven polaco Karol Woytyla que da mucho que pensar. Lo resumo:
Una tarde, durante un ensayo de teatro, Karol sorprendió a todos al decirles: “Voy a ser sacerdote”. Halina K., protagonista con él en muchas obras, se quedó impresionada; le admiraba tanto y le conocía tan bien, que pensó que Karol lo tenía perfectamente meditado. La misma reacción tuvieron otros compañeros. Pero no faltaron quienes intentaron convencerle de que estaba equivocado. Tadeusz Kudlinski, fundador del grupo teatral, empezó a hablarle de la parábola de los talentos: “A ti Dios te ha dado el talento de un gran actor, y si ahora lo dejas,  estás desaprovechando ese talento que Dios te ha dado. Eso no es justo…¡ni cristiano!”. “La luz no se ha hecho para esconderla debajo del celemín, sino para que alumbre a todos…’ Y ahora tú quieres hacer todo lo contrario”.
Otro amigo le espetó: “¿Crees que vas a servir mejor a Dios metiéndote en un convento? Tu vocación es el teatro. Como actor puedes servir mucho mejor a Dios y a Polonia”. Y lo que Karol creía que iba a ser unos instantes durante los ensayos, se convirtió en el tema y debate de la tarde.
Pero Wojtila lo tenía muy claro: “En la vida de cada persona llega un día en el que se decide y se cumple su destino. Eso me ha pasado. Me siento elegido por Dios y no puedo decir que no. No me puedo negar a esta llamada porque es una llamada divina”.
Si hubiera dicho no…
En el fondo los argumentos de algunos de sus amigos parecían lógicos, incluso evangélicos. Hubiera podio rendirse a ellos con cierta tranquilidad de conciencia. ¿Qué hubiera pasado? Desde luego nadie se hubiera enterado… menos el mismo Cristo que hubiera sentido tristeza como la sintió ante el joven rico. Hubiera habido otro Papa -seguro que un buen Papa- pero ¿nos damos ahora cuenta de lo que la Iglesia y el mundo hubiera perdido? ¿Qué hubiera pasado si una chica albanesa, llamada  Gonxha Agnes Bojaxhiu, hubiera dicho que le bastaba ser buena cristiana casándose y quedándose en su tierra? Nadie hubiera conocido a Teresa de Calcuta. ¿Qué hubiera pasado si Francisco de Javier no hubiera hecho caso a Iñigo de Loyola?
Me diréis que tomo ejemplos extraordinarios. Pero es lo mismo: ¿qué hubiera pasado si yo, haciendo caso a mis miedos y angustia, no hubiera dado el paso en agosto de 1943? También algo se hubiera perdido. Evidentemente no hay comparación posible. Pero algunas personas hubieran quedado sin evangelizar, otras sin ser ayudadas en su fe… Poquitas, desde luego, pero ¿quién hubiera hecho eso poquito que yo he podido hacer? Porque la evangelización del mundo se hace a través de algunos grandes y de muchos pequeños consagrados que entregan su vida casi anónimamente. En cierta ocasión Juan Pablo II nos hizo notar que “es posible cambiar el curso de los acontecimientos: depende de cada uno de nosotros”.
“No me puedo negar…”
Eso dijo el joven Karol ¡Menos mal! ¿No será por eso, por las mil pequeñas cobardías de los llamados, que a estas alturas después de dos mil años de cristianismo, millones de personas todavía no han oído hablar de Cristo? ¿Será por eso que nuestra pobre Europa cristiana se va alejando de sus raíces? ¡Qué responsabilidad la de cada uno!

Seamos altavoz de Juan Pablo II en su glorificación recordando este llamamiento suyo a los jóvenes:
“Jóvenes que me escucháis, dejadme repetiros lo que ya os dije en Santiago de Compostela: ¡No tengáis miedo a ser santos! Seguid a Jesucristo que es fuente de libertad y de vida. Abríos al Señor para que Él ilumine todos vuestros pasos. Que él sea vuestro tesoro más querido, y si os llamara a una intimidad mayor en la vida sacerdotal o religiosa, no cerréis vuestro corazón. La docilidad a su llamada no mermaría en nada la plenitud de vuestra vida: al contrario, la multiplicaría, la ensancharía hasta abrazar con vuestro amor los confines del mundo.”

Ese llamamiento sirve también para los que el Señor llama a la vida cristiana seglar. Los seglares son también responsables de las vocaciones de consagrados. Recordemos que fue un sastre quien ayudó a Karol a escuchar al Señor y decidirse por el sacerdocio. 
En esta tarea estamos todos implicados.
José María Salaverri sm


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