Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos. Ustedes han oído que se dijo a los antepasados: No matarás, y el que mata, debe ser llevado ante el tribunal. Pero yo les digo que todo aquel que se irrita contra su hermano, merece ser condenado por un tribunal. Y todo aquel que lo insulta, merece ser castigado por el Sanedrín. Y el que lo maldice, merece la Gehena de fuego. Por lo tanto, si al presentar tu ofrenda en el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda ante el altar, ve a reconciliarte con tu hermano, y sólo entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Trata de llegar en seguida a un acuerdo con tu adversario, mientras vas caminando con él, no sea que el adversario te entregue al juez, y el juez al guardia, y te pongan preso. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo.
San Mateo 5,20-26.
¿Cuándo termina el camino? No acaba para todos a la misma hora. Cada uno tiene su hora particular. El camino, dije, es esta vida. Acabaste la vida, acabaste el camino. Caminamos y el mismo vivir es avanzar, a no ser que piensen ustedes que avanza el tiempo mientras nosotros nos detenemos, cosa imposible. A medida que avanza el tiempo, avanzamos nosotros, y nuestros años no aumentan, sino que se agotan. Se equivocan de parte a parte los hombres cuando dicen: "Este niño tiene todavía poco sentido común; avanzado en años, se hará prudente". Considera lo que dices. Has dicho: "avanzado en años". Yo te demuestro que decrecen, aunque tú digas que crecen. Escucha mi fácil demostración: supongamos que sabemos los años que ha de vivir en total. Por ejemplo, deseándole muchos, que ha de vivir ochenta, llegando a la vejez. Anota, por tanto, ochenta años. Vivió ya uno, ¿cuántos te quedan en la suma? ¿cuántos tenías? ochenta. Resta uno. Vivió diez; quedaron setenta. Es cierto que aumentan los años, pero ¿qué decir? Los años llegan, pero para marcharse; vienen para alejarse, no para quedarse con nosotros. Y al pasar por nosotros nos desgastan y nos hacen valer cada día menos.
Tal es el camino por el que caminamos. ¿Qué hemos de hacer con ese "adversario", es decir, con la Palabra de Dios? Reconcíliate con ella. No sabes cuándo se acabará tu camino. Una vez que haya terminado, te queda por delante el juez, el alguacil y la cárcel. Pero si llegaste en armonía con tu adversario habiéndote reconciliado con él, en vez de un juez hallarás un Padre; en lugar de un alguacil, un ángel que te lleve al seno de Abraham; y en lugar de la cárcel, el paraíso. ¡Qué cambio de situación por haberte reconciliado con tu adversario!
Sermón 109, 3-4.
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