Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá. ¿Quién de ustedes, cuando su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pez, le da una serpiente? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará cosas buenas a aquellos que se las pidan! Todo lo que deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y los Profetas.
San Mateo 7,7-12.
El Señor ha dicho otra cosa. ¿Qué? No queriendo que malgastemos muchas palabras en la oración, nos dijo: no hablen mucho cuando oren, porque el Padre de ustedes, que está en el Cielo, sabe lo que es necesario para ustedes antes de que se lo pidan. Si nuestro Padre sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos, ¿para qué las palabras, aunque sean pocas? ¿Qué motivo hay para orar, si ya sabe nuestro Padre lo que necesitamos? Dice a alguien: "no me pidas más, sé que lo necesitas". -"Si lo sabes, Señor, ¿por qué pedírtelo? No quieres que mi súplica sea larga; más aún, quieres que sea mínima". Y, ¿cómo combinarlo con lo que dice en otro lugar? El mismo que dice: No hablen mucho en la oración, dice en otro lugar: Pidan y se les dará. Y para que no pienses que se trata de algo dicho incidentalmente, añadió: Busquen, y hallarán. Y para que ni siquiera esto lo consideres como dicho de paso, advierte lo que añadió, ve cómo concluyó: llamen, y se les abrirá (Mt 7,7).
En medio de la multitud de los males del mundo actual no nos queda otra esperanza que llamar en la misma oración, creer y mantener firme en el corazón que lo que tu Padre no te da es porque sabe que no te conviene. Tú deseas lo que deseas, Él conoce lo que te es provechoso. Suponte que estás en el médico y que estás enfermo, como es verdad, pues toda esta nuestra vida no es cosa que una enfermedad, y una larga vida no es otra cosa que una larga enfermedad. Suponte, pues, que estás enfermo, de visita al médico. Te apetece algo fresco, te apetece tomar un vaso de vino; pídeselo al médico. No se te prohíbe pedirlo; puede ser que no te haga daño y que hasta te convenga tomarlo. No dudes en pedirlo; pero, si no lo recibes, no te entristezcas. Si esto se da con el médico corporal, ¿cuánto más con Dios médico, creador y reparador de tu cuerpo y de tu alma?
Sermón 80, 1-2.
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