11 de febrero de 2011

No basta sólo con la Ley

6º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: No creáis que he venido a abolir la ley o los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres, será menos importante en el Reino de los Cielos. Pero quien lo cumpla y enseñe, será grande en el Reino de los Cielos. 
Os aseguro: si no sois mejores que los maestros de la ley y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos. Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás y el que mate será procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será procesado. 
Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “renegado”, merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.
Habéis oído el mandamiento “no cometerás adulterio”. Pues yo os digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior.
Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el Abismo. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar al Abismo. Está mandado: “El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio.” Pues yo os digo: el que se divorcie de su mujer -–excepto en caso de prostitución-- la induce al adulterio, y el que se casa con la divorciada comote adulterio.
Sabéis que se mandó a los antiguos; “No jurarás en falso” y” Cumplirás tus votos al Señor.” Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir si o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.

Mt 5,17-37

"Dichosos los que caminan en la voluntad del Señor". Esta frase que nos hace cantar el salmo responsorial puede resumir bien el espíritu de las lecturas de hoy.
Seguimos escuchando el Sermón de la Montaña de Jesús, al que ya le hacen eco previo la primera lectura y el salmo. Es un domingo en que la Palabra de Dios se puede llamar claramente "moral", así como otros días es histórica o "dogmática" sobre el misterio de salvación.
Vale la pena centrar la homilía en esta dimensión "moral" de la vida cristiana. Tanto más que esta pedagogía educadora por parte de Jesús sigue haciendo falta con más urgencia que nunca en nuestra generación, en la que una de las características parece ser la pérdida de la "constancia moral": así lo pone de relieve un documento sobre el sacramento de la Reconciliación, del Papa Juan Pablo II ("Reconciliación y Penitencia", de 1984) que en sus números más concretos convendría leer para ambientarnos en nuestro comentario a la palabra revelada de hoy (núms. 14-18).
-Cristo profundiza la exigencia moral, interiorizándola. La primera lectura sitúa ya con claridad el criterio respecto a la moral: guardar los mandatos de Dios, cumplir su voluntad. La disyuntiva es entre fuego y agua, entre muerte y vida. Cada uno es libre (la libertad humana no se destruye: es lo que da también valor a nuestra aceptación de la voluntad de Dios), pero el mejor éxito de la vida es haber sabido seguir el camino que Dios quiere. Él lo ve todo, conoce nuestras acciones e intenciones.
Pero Cristo, todavía, da mayor profundidad a la moral humana. El mensaje de su Sermón es serio y exigente. Pide que sus discípulos sean "mejores que los letrados y los fariseos"; nos pide que no nos contentemos con lo que puedan ser las claves o motivaciones del obrar en la sociedad en que vivimos. Los cristianos tenemos un punto de referencia claro: la enseñanza de Cristo, que nos ha transmitido la voluntad de Dios. Los judíos tenían también un punto de referencia: la Alianza primera del Sinaí, que ahora queda, no suprimida, pero sí "cumplida", completada y perfeccionada por Cristo. Sería poco motivada nuestra moral si sólo se basara en referencias sociales, que en el fondo son modas ideológicas. Y es aquí donde precisamente se nota la pobreza de la moral o de la ética de nuestra sociedad, porque se contenta con lo que gusta a uno, o a la mayoría, o con un cierto consenso de la sociedad (con el "listón" ciertamente bajo) o la mera limitación de no hacer daño a otros... El criterio para los cristianos es Cristo Jesús: su vida y su enseñanza.
-Cristo va a la raíz y no sólo a la observancia exterior. La mayor profundidad de Cristo respecto a nuestro obrar humano es ésta: él va a las raíces de nuestra conducta, no se contenta con el mero "cumplimiento" exterior.
No sólo no nos podemos contentar con el "no matar": hay otra manera de "matar" a los demás con nuestros juicios interiores, o con las palabras hirientes, o el odio, o el desprecio, o el insulto, o la actitud de rencor. Podemos matar la fama de otros, sin necesidad de sacar el cuchillo o la pistola. Cristo nos dice que debemos cuidar esta raíz: si no matamos, pero anidamos odio dentro de nosotros, todo queda manchado en nuestra conducta.
Lo mismo pasa con el adulterio, que no sólo sucede cuando de hecho rompemos las barreras, sino también cuando consentimos los deseos o nos dejamos envolver en esta carrera hedonista de la sociedad actual, que alimenta continuamente el "deseo de la mujer ajena". La limpieza interior de la persona humana, según Cristo, no se contenta con evitar el pecado externo, sino que lucha contra los mismos deseos y apetitos interiores.
El otro ejemplo que él pone, el del juramento en nombre de Dios, tal vez no es tan actual en sus manifestaciones. Pero también aquí su llamada es a una actitud interior: el amor a la verdad, la claridad, la autenticidad. Debería bastarnos el "sí" y el "no", sin necesidad de mayores juramentos: si nuestra fama de personas creíbles fuera clara, no necesitaríamos de otros apoyos a nuestro "sí".
Lo principal es que, no con espíritu de esclavos (temerosos del castigo), no por fatalidad (sino con libertad interior), sepamos orientar nuestra conducta moral, responsablemente, siguiendo no la mera costumbre o el "ejemplo" que nos da la sociedad (o incluso sus leyes y sus personajes), sino el ejemplo y la enseñanza de Cristo Jesús, a cumplir en todo momento la voluntad de Dios.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1990/04

Señor, tú que te complaces en habitar en los limpios y sinceros de corazón; concédenos vivir de tal modo la vida de la gracia que merezcamos tenerte siempre con nosotros.

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