29 de octubre de 2010

Y Jesús sigue creyendo en nosotros




XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO- C

En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quien era Jesús, pero la gente se lo impedía porque era de bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo:
--Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa.
Él bajó en seguida, y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban
diciendo:
--Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor.
--Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más.
Jesús contestó:
--Hoy ha sido la salvación de esta casa; también éste es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido.
Lc 19,1-10



Este Evangelio es la historia del encuentro de dos hombres que se buscan a través de una muchedumbre que los separa. Una muchedumbre que impide el paso de Jesús por pura curiosidad de conocerle. Una muchedumbre que hace tiempo que ha colgado a la espalda de Zaqueo una etiqueta ya inconmovible de hombre odioso, ladrón, mal israelita, pecador, paria de la sociedad humana y divina. Una muchedumbre que ya ha acorralado a Zaqueo, que, en medio de su poder, se siente aislado. Y tal vez por esa su soledad en sus riquezas es por lo que busca a Jesús.
Aquí hay tres miradas, tres modos de mirar y ver. Zaqueo no puede ver a Jesús y quiere verlo. No es pura curiosidad la que le hace hacer el ridículo ante sus conciudadanos subiéndose a un árbol siendo rico y teniendo autoridad. Quiere ver, como el ciego que grita: “Señor que vea. Como el leproso: “si quieres puedes limpiarme. Desde su acorralamiento social por culpa de su profesión y sus riquezas quiere ver a ese hombre que la multitud le impide ver.
Jesús también quiere ver a Zaqueo y por eso levanta sus ojos y le mira. Al fin Jesús ha encontrado al hombre que la multitud le impedía ver. Jesús no se fía de las etiquetas que le han puesto a Zaqueo. La mirada de Jesús atraviesa aquella corteza de odiosidad y pecado y llega a aquel corazón acorralado y encuentra otra persona. Encuentra a ese Zaqueo aún por descubrir. Es la misma mirada que descubrió al verdadero Pedro en medio de sus negaciones. La misma mirada que amó al joven rico y pudo convertirlo en discípulo si él hubiera querido. Jesús creyó en Zaqueo.
Y la multitud también tiene su mirada y al ver que Jesús se invita a comer a la casa del pecador echa sobre el mismo Jesús todo el veneno que tiene acumulado contra Zaqueo. Y esa mirada convierte a Jesús en pecador y amigo de pecadores. La multitud ni cree en Zaqueo ni en Jesús. Y Zaqueo al sentir que Jesús cree en él, se convierte a Jesús y a la multitud. La fe que Jesús ha puesto en él le hace descubrir en aquella multitud anónima a hermanos a los que él ha engañado, hermanos a los que ha robado y traicionado. Y alentado por la fe de un Jesús que por él es tenido por y amigo de pecadores toma su decisión de dar la mitad de sus bienes a los pobres y devolver cuatro veces lo que haya defraudado a aquellos hermanos de la multitud. Zaqueo cree en Jesús porque primero Jesús creyó en él.
Esta es también nuestra historia, sea cual sea la vida que llevemos. Sea lo que sea lo que nos acorrala y nos hace desesperar de empezar una nueva vida. Jesús cree en cada uno de nosotros. Jesús ve en lo hondo de nuestro corazón un nuevo yo que pueden salir a flote de lo más profundo de nuestra miseria y pecado. A pesar de todo Jesús sigue siempre creyendo y esperando en mí. Cuando todos han dejado de creer en mí, todavía Jesús sigue creyendo en mí. Para él nunca soy un ser perdido. Dios haga que cada uno sintamos esa mirada confiada de Jesús y nazca en nosotros una fe ciega en él y abramos los ojos a esos hermanos a los con nuestra vida hemos decepcionado.

José María Maruri, s.j.
Betania.es


Señor de poder y misericordia, que has querido hacer digno y agradable por favor tuyo el servicio de los fieles; concédenos caminar sin tropiezos hacia los bienes sagrados.
Por Jesucristo Nuestro Señor

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