XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO- C
En aquel tiempo, dijo Jesús esta parábola por algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos, y despreciaban a los demás:
-Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.
Les digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.
Las lecturas de hoy nos hablan de cómo debe ser nuestra relación con Dios. De la actitud con que debemos presentarnos ante Dios, nuestro Padre. Y para darnos a entender la actitud que debemos de tener para con Dios y los hombres, Jesús presenta esta parábola: del fariseo y del publicano.
Dijo Jesús esta parábola por algunos que "teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás". La parábola habla por sí misma. Pero nosotros la hemos escuchado muchas veces y es posible que al escucharla hoy de nuevo, nos resbale un poco. Es para nosotros algo ya sabido. Por esto quisiera invitaros a deteneros un momento.
¿A cuál de éstos nos parecemos más? Hace ya bastantes años que yo leo el evangelio y lo predico. Por eso sé que debo evitar la actitud de autosatisfacción y desprecio de los demás del fariseo y que debo imitar la actitud humilde del publicano. Lo sé y procuro hacerlo. Pero también debo reconocer que por poco que me olvide de ello, lo que me sale espontáneamente es un típico fariseo que está escondido en mí. Siempre se me ocurre pensar que hay gente peor que yo (porque yo no hago lo que ellos hacen) y siempre tiendo a sobrevalorar lo que yo hago (me siento satisfecho por esto o aquello).
No sé si os sucede algo igual. No quisiera juzgar a nadie -es lo que nos prohíbe Jesús: juzgar a los demás-, pero me atrevería a decir una cosa: todos tendemos a hacerlo. El fariseo no es un señor lejano, del tiempo de Jesucristo, sino alguien que llevamos dentro. Que adopta formas distintas, que sabe disfrazarse bien, pero que siempre está presente en nosotros.
El fariseo es el personaje consciente de su buen comportamiento, que compara y enjuicia precisamente en base a su cumplimiento. No es por tanto un personaje orgulloso cuanto un personaje que reza y se comporta desde sus derechos.
El publicano es el personaje consciente de su mal comportamiento. Por eso no compara nunca ni enjuicia nunca. Es el personaje que cree tener siempre obligaciones. Nunca derecho sobre los demás. Publicano es el que se da cuenta de que el mal no está solamente fuera, sino dentro de él. El que se da cuenta de que él también está implicado en el mal, que no tiene las manos limpias, que no puede echar la culpa solo a los demás, sino que también él tiene que convertirse, cambiar personalmente
Y la única arma eficaz que tenemos contra él es la del publicano. Es decir: reconocer con sencillez que somos unos fariseos. Nuestra oración debería ser: Señor, ten compasión de este fariseo que hay en mí.
¿A qué es debido que Jesús alabe al publicano y en cambio deje en mal lugar al fariseo? La razón es muy simple: porque el recaudador se presenta delante de Dios reconociendo que todo lo que hace no está bien y no puede atribuirse ningún mérito, y todo debe esperarlo de la bondad del Padre; y, por el contrario, el fariseo va como si él fuera la persona perfecta y esperase que el propio Dios le dijera que lo hacía muy bien.
Y aquí está la enseñanza que Jesús nos da en esta parábola: nuestra oración, nuestra relación con Dios, no debe ser la de una gente que vive satisfecha de lo que es y de lo que hace; y que se presenta delante de Dios para que mire sus libros de cuentas y se los apruebe, sino que debe ser la de una gente que sabe que le queda todavía mucho que andar, que le faltan muchas cosas, que no puede sentirse tranquila con su vida, que siempre debe esperar más.
Aumenta, Señor, en nosotros
la fe, la esperanza y la caridad
para que cumplamos con amor tus mandamientos
y podamos conseguir, así,
el cielo que nos tienes prometido.
Por Jesucristo Nuestro Señor.
-Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era un fariseo; el otro, un publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ¡Oh Dios!, te doy gracias, porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros; ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo.
El publicano, en cambio, se quedó atrás y no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo; sólo se golpeaba el pecho, diciendo: ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador.
Les digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.
Lc 18,9-14
Las lecturas de hoy nos hablan de cómo debe ser nuestra relación con Dios. De la actitud con que debemos presentarnos ante Dios, nuestro Padre. Y para darnos a entender la actitud que debemos de tener para con Dios y los hombres, Jesús presenta esta parábola: del fariseo y del publicano.
Dijo Jesús esta parábola por algunos que "teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás". La parábola habla por sí misma. Pero nosotros la hemos escuchado muchas veces y es posible que al escucharla hoy de nuevo, nos resbale un poco. Es para nosotros algo ya sabido. Por esto quisiera invitaros a deteneros un momento.
¿A cuál de éstos nos parecemos más? Hace ya bastantes años que yo leo el evangelio y lo predico. Por eso sé que debo evitar la actitud de autosatisfacción y desprecio de los demás del fariseo y que debo imitar la actitud humilde del publicano. Lo sé y procuro hacerlo. Pero también debo reconocer que por poco que me olvide de ello, lo que me sale espontáneamente es un típico fariseo que está escondido en mí. Siempre se me ocurre pensar que hay gente peor que yo (porque yo no hago lo que ellos hacen) y siempre tiendo a sobrevalorar lo que yo hago (me siento satisfecho por esto o aquello).
No sé si os sucede algo igual. No quisiera juzgar a nadie -es lo que nos prohíbe Jesús: juzgar a los demás-, pero me atrevería a decir una cosa: todos tendemos a hacerlo. El fariseo no es un señor lejano, del tiempo de Jesucristo, sino alguien que llevamos dentro. Que adopta formas distintas, que sabe disfrazarse bien, pero que siempre está presente en nosotros.
El fariseo es el personaje consciente de su buen comportamiento, que compara y enjuicia precisamente en base a su cumplimiento. No es por tanto un personaje orgulloso cuanto un personaje que reza y se comporta desde sus derechos.
El publicano es el personaje consciente de su mal comportamiento. Por eso no compara nunca ni enjuicia nunca. Es el personaje que cree tener siempre obligaciones. Nunca derecho sobre los demás. Publicano es el que se da cuenta de que el mal no está solamente fuera, sino dentro de él. El que se da cuenta de que él también está implicado en el mal, que no tiene las manos limpias, que no puede echar la culpa solo a los demás, sino que también él tiene que convertirse, cambiar personalmente
Y la única arma eficaz que tenemos contra él es la del publicano. Es decir: reconocer con sencillez que somos unos fariseos. Nuestra oración debería ser: Señor, ten compasión de este fariseo que hay en mí.
¿A qué es debido que Jesús alabe al publicano y en cambio deje en mal lugar al fariseo? La razón es muy simple: porque el recaudador se presenta delante de Dios reconociendo que todo lo que hace no está bien y no puede atribuirse ningún mérito, y todo debe esperarlo de la bondad del Padre; y, por el contrario, el fariseo va como si él fuera la persona perfecta y esperase que el propio Dios le dijera que lo hacía muy bien.
Y aquí está la enseñanza que Jesús nos da en esta parábola: nuestra oración, nuestra relación con Dios, no debe ser la de una gente que vive satisfecha de lo que es y de lo que hace; y que se presenta delante de Dios para que mire sus libros de cuentas y se los apruebe, sino que debe ser la de una gente que sabe que le queda todavía mucho que andar, que le faltan muchas cosas, que no puede sentirse tranquila con su vida, que siempre debe esperar más.
Equipo Mercaba
Aumenta, Señor, en nosotros
la fe, la esperanza y la caridad
para que cumplamos con amor tus mandamientos
y podamos conseguir, así,
el cielo que nos tienes prometido.
Por Jesucristo Nuestro Señor.
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