29 de septiembre de 2010

Juan Pablo I -Albino Luciani-: el inolvidable Papa de la Sonrisa



Han transcurrido 32 años desde aquella mañana del 29 de septiembre de 1978 cuando el mundo se estremecía con la noticia de la muerte de Juan Pablo I, el humilde Papa de la sonrisa. Este artículo, tomado como homenaje a su figura, sea el recuerdo que El Buen Consejo quiere hacer de este gran hombre.


Dios siempre tiene los ojos abiertos sobre nosotros, aún cuando nos parezca que es de noche. Es Padre, más aún, es Madre. (Albino Luciani, Juan Pablo I)

por Renzo Allegri


Cuando hablamos de Lourdes nos vienen a la mente las apariciones de la Virgen en aquel pequeño pueblo francés, a los pies de los Pirineos, y que se recuerda cada año el día 11 de febrero.
Apareció el 11 de febrero de 1858 a una joven de 14 años, Bernardette Soubirous, analfabeta y que además estaba enferma. La Virgen le dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Confirmándole a esta joven, simple, ignorante y pobre (que debía trabajar diariamente para ayudar a su familia y ni siquiera tenía la posibilidad de concurrir al catecismo, y por este motivo todavía no había recibido la Primera Comunión), el dogma que cuatro años antes, el 8 de diciembre de 1854, Pío IX había solemnemente proclamado.
Aquellas apariciones fueron el comienzo de una frecuente ‘manifestación’ de la Virgen a los seres humanos. Desde entonces las apariciones, más o menos reconocidas por la Iglesia, se produjeron en diversos países del mundo, y culminaron con la de Fátima en el año 1917. Después de Fátima, la Virgen ha continuado apareciendo, pero fueron las apariciones de Fátima que marcaron profundamente, con sus mensajes proféticos, la historia de todo el siglo XX, involucrando también a las máximas autoridades de la Iglesia. Pío XII fue definido “el Papa de Fátima”, porque sostuvo aquellas apariciones. Juan Pablo II se ha reconocido como el “obispo vestido de blanco” del que se habla en el famoso “Secreto de Fátima”.
Pero también Juan Pablo I fue, en cierto sentido, ligado a Fátima.
De este Papa, que permaneció en la cátedra de Pedro sólo por 33 días, dejando un fuerte recuerdo, conocemos muy poco de su historia. Era una persona tímida y reservada. Su existencia se desenvolvió en la humildad más absoluta. Pero desde que se ha iniciado su proceso de beatificación, los historiadores y biógrafos han comenzado a indagar en su vida y surgen a la luz pormenores muy interesantes.
El proceso de beatificación de Juan Pablo I comenzó el 23 de noviembre de 2003, con una solemne ceremonia en la Catedral de Belluno, en la tierra donde el papa Luciani nació. En la ceremonia de apertura estaba presente el cardenal José Saraiva Martins, Prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos. “Haremos primero beato y luego santo a este gran hombre de la Iglesia, a este gran pastor que partió de Canale d´Agordo para llegar a la sede de Pedro”, dijo el Cardenal. Y siguiendo con su discurso, puso en evidencia cómo el Papa Luciani es un santo que se caracterizó por su humildad. Un santo privado de carisma, cuya vida no fue marcada por elementos sobrenaturales que suscitaran asombro, pero fue un cristiano que realizó extraordinariamente las cosas ordinarias de la vida, para quien el concepto de santidad era natural, un pastor cuyas palabras llegaban directamente al corazón de la gente. Se declaraba un pobre pecador pero recordaba que el primer canonizado de la historia del Cristianismo fue un ladrón, hecho santo por Cristo mientras ambos morían en la cruz.
Palabras que evidencian la esencia de la santidad, que se encuentran en la conducta del individuo, en el ejercicio heroico de las virtudes cristianas, y no tanto en los hechos más o menos prodigiosos. Pero en la vida de Juan Pablo I también se pueden encontrar episodios desconcertantes y misteriosos.


PADRE PIO
 

Pocos saben, por ejemplo, que su elección de Patriarca de Venecia había sido predicha por el Padre Pío, célebre fraile capuchino estigmatizado, que Juan Pablo II proclamó santo el 16 de junio del 2002, y que su elección a pontífice y su prematura muerte habían sido indicadas un año antes por Sor Lucía, la vidente de Fátima que todavía vive.
En el año 1967, Francisco Cavicci, un empresario de Conegliano Veneto, fue a confesarse con el Padre Pío, del que era “hijo espiritual”. Al terminar la confesión Padre Pío le dijo: “Tienes que crear un grupo de oración en tu pueblo”. Cavicci fue a hablar con el obispo para que le permitiera cumplir el deseo de Padre Pío. Conegliano dependía de la diócesis de Vittorio Veneto y el obispo de aquella diócesis era en ese entonces Albino Luciani. Pero Luciani, escuchando el nombre de Padre Pío, que en esa época no era bien visto en muchos ambientes eclesiásticos, cortó el discurso diciendo: “Basta, basta: no quiero oír hablar de eso”.
Unos meses después, Cavicci volvió a ver al Padre Pío y le comentó lo que le había sucedido con el obispo. El Padre Pío quedó un instante en silencio, y luego le dijo: “Deja pasar. No hagas nada más. Será el obispo quien te buscará, y la autorización la obtendrás del Patriarca”. “Pero Padre, el Patriarca está en Venecia”, dijo Cavicci. Y el Padre Pío resentido expresó: “He dicho que será el obispo quien te buscará y el Patriarca quien te autorizará. Y ahora vuelve a tu casa”.
Cavicci estaba trastornado. No lograba entender aquel entuerto de palabras. Volvió a su casa y no pensó más en el grupo de oración.
En septiembre de 1968, Padre Pío murió. En diciembre de 1969 se concretaron las palabras de Padre Pío. Alrededor del día 10 de diciembre en horas del mediodía, sonó el teléfono de mi casa -me comentó Cavicci-. Era el secretario del obispo Luciani. Me dijo que su Excelencia quería verme. Convenimos un horario y fui a verlo. Cuando me vio, Monseñor Luciani comenzó a hablarme de Padre Pío en tono muy cordial. Recordaba la petición que le había hecho: “En los próximos días tengo que ir a Roma, pero a mi regreso nos vemos y hablaremos del grupo de oración a fundar en Conegliano”. Pasados unos días escuché por la radio que el obispo Albino Luciani había sido nombrado Patriarca de Venecia. Al regreso de Roma, Luciani me llamó y me dio la misión de fundar el grupo de oración. Padre Pío, dos años antes, había previsto todo: que Albino Luciani sería nombrado Patriarca de Venecia; también que, como obispo, me habría de buscar y como patriarca, me habría de autorizar a fundar el grupo de oración en Conegliano Veneto.


SOR LUCIA

Otro episodio muy significativo es el acontecido en Fátima durante la primavera de 1977, en ocasión de una peregrinación guiada por Albino Luciani, que en ese entonces era Patriarca de Venecia. Es un episodio que el hermano del Papa, Eduardo, relató abiertamente y sin reserva alguna, inmediatamente después de la elección de su hermano Albino como Papa.
Mientras el Patriarca Luciani se encontraba en el santuario de las apariciones en Fátima, le entregaron un mensaje de Sor Lucía, la vidente, que deseaba verlo. Sor Lucía se encontraba en el Carmelo de Coimbra, aproximadamente a 60 Km de Fátima. Luciani fue a Coimbra acompañado por su secretario, Mons. Diego Lorenzi. “Mi hermano le dijo a su secretario que le aguardase en la sala de espera -relataba Eduardo Luciani-. Pensaba demorarse con Sor Lucía unos diez minutos. Sin embargo la reunión duró dos horas. No sé que cosas habrán hablado. Pero sé que de ese encuentro mi hermano salió muy turbado. Durante el viaje de regreso a Fátima no abrió la boca para nada. Unos meses después, llegó aquí a Canale d´Agordo para predicar los ejercicios espirituales. No quiso dormir en la Casa Parroquial, sino que prefirió hacerlo en mi casa. Por dos noches seguidas, después de la cena, lo vimos pensativo y preocupado. No logro dejar de pensar en lo que me ha dicho Sor Lucía, nos dijo, sin pretender añadir nada más. Pero nosotros tuvimos la impresión que las cosas dichas por Sor Lucía fueron importantes y graves”.
Después que el Papa Luciani murió, supimos que Sor Lucía lo había recibido llamándolo “Santo Padre”. Le había anunciado la elección a pontífice, pero le había dicho que su pontificado habría de ser muy breve y que después de él habría de llegar un extranjero, el Cardenal de Cracovia. Se supo también que el Patriarca mismo, hablando con el teólogo veneciano Germano Pattaro, había confirmado que Sor Lucía le había vaticinado la elección a Pontífice.
Un detalle interesante está en el hecho que, después de su encuentro con Sor Lucía, Luciani y Wojtyla comenzaron a frecuentarse con cierta asiduidad. Wojtyla, en sus viajes a Roma hacía una parada en Venecia, pernoctando en la Curia y pudiendo así hablar ‘largo y tendido’ con Luciani. Los dos intercambiaron también correspondencia epistolar. Una amiga de la familia Luciani coleccionaba sellos postales. El Patriarca le enviaba cada tanto los sobres de las cartas que recibía, sobre todo del extranjero: aquella señora posee siete sobres de las cartas enviadas de Wojtyla a Luciani.
Existen además muchos testimonios que demuestran que Luciani, inmediatamente después de su elección como Pontífice, sabía que ocuparía por poco tiempo el trono de Pedro. Un día dijo a Sor Vicenza Taffarel, la religiosa enfermera que lo asistía desde hacía varios años: “Sobre esta silla estaré poco, porque pronto se sentará en ella un extranjero”. Dos noches antes de morir, durante la cena, le dijo a su secretario Mons. John Magee: “Había otros cardenales más dignos que yo para este cargo. Además, Pablo VI había ya señalado a su sucesor. Durante el cónclave, estaba justamente frente a mí, en la Capilla Sixtina. Pero él vendrá pronto porque yo ya me iré”. En el cuarto de la Capilla Sixtina frente al que ocupaba Luciani durante el cónclave, se alojaba Karol Wojtyla.
También Eduardo Luciani percibió en su hermano algo extraño. Fue a verlo la noche del 26 de septiembre, dos días antes de su muerte. Estaba por viajar a Australia. Mientras esperaba el vuelo en Roma, alojó en el Vaticano. “Cenamos juntos -dijo-. Luego nos quedamos conversando hasta la medianoche. A la mañana siguiente asistí a Misa y luego desayunamos juntos. Cundo llegó el momento de irme, mi hermano quiso acompañarme hasta el ascensor y saludándome me abrazó y me besó. Quedé sorprendido, porque entre nosotros, nunca estuvimos acostumbrados a estas efusiones. Pero más me llamó la atención el hecho que, mientras estaba por entrar al ascensor, él se quedara parado mirándome. Me di vuelta y Albino quiso abrazarme una vez más. Partí y cuando llegué a Australia recibí la noticia de su muerte”.
Ciertamente estos episodios no tienen valor ni importancia para la santidad de Juan Pablo I; pero son, sin embargo, hechos que invitan a pensar, que inducen a considerar que también el Papa Luciani había poseído carismas particulares, experiencias misteriosas, mantenidas en secreto, pero que él vivió.


LA HISTORIA DE SU INFANCIA

Nacido en Canale d´Agordo, provincia de Belluno, el 17 de octubre de 1912, pertenecía a una familia muy pobre. Su padre, Giovanni, era un modesto obrero a menudo obligado a emigrar al exterior para encontrar trabajo. Dando vueltas por el mundo había logrado una discreta instrucción, además hablaba alemán.
Inmediatamente después de la elección de Luciani como Pontífice, es decir en septiembre de 1978, fui enviado por mi diario a Canale d´Agordo para entrevistar al hermano del Papa, Eduardo, que tenía por aquel entonces 61 años, y era maestro jubilado. Lo encontré en su casa, junto a su esposa Antonieta. Era un hombre cordial, feliz porque escogieron como Papa a su hermano. Hablaba con entusiasmo y euforia y me relató la historia de su familia y de su hermano Albino, con detalles sumamente interesantes.
Mi padre vivió mucho tiempo en el exterior por necesidad de trabajo. Desde los 11 años comenzó a viajar para buscar trabajo. Era ayudante de albañil. Trabajó primero en el Tirol, luego en Baden, en Westfalia, en la Alemania de Guillermo II. Ahí fue que se contactó con los socialistas y quedó siempre ligado a ese movimiento político. Me acuerdo que, cuando yo era pequeño, recibía los diarios social-demócratas alemanes, porque él conocía bastante el idioma alemán. A la noche prendía su pipa y leía. Tenía vistosos bigotes y era muy parecido a Stalin.
Fue mi madre quien lo cambió. Se casaron en el año 1911. Mi padre era viudo con dos hijos, y mi madre tenía 33 años, ya no era una joven. Era una mujer muy religiosa. Y también mi padre, sin renunciar a sus ideas socialistas, después del matrimonio comenzó a asistir a Misa. Pero mi padre estaba por trabajo casi siempre en el exterior. En 1914 fue a Argentina. Volvió a Italia al comienzo de la Gran Guerra, pero en 1918 se fue a Francia.

Hablando del hermano Papa, Eduardo recodaba: “Albino y yo íbamos a pastorear con nuestra vaca y cegábamos la hierba. Vivíamos descalzos todo el verano para ahorrar los zapatos. Eramos cinco hermanos, dos nacidos del primer matrimonio de papá y luego nosotros tres: Albino, yo y Nina, nacida en 1920. Papá siempre estaba lejos, por lo tanto vivíamos con mamá. También ella había sido inmigrante: cuando jovencita había trabajado durante tres años como bordadora en San Gallo, Suiza. Luego había trabajado en Venecia por 11 años como auxiliar en el hospital de San Giovanni e Paolo. Mire la coincidencia: justo el nombre que mi hermano eligió como Papa”.
Según el relato del hermano, Albino Luciani era, cuando niño, muy vivaz. A veces se escabullía de ir a la escuela y cometía muchas travesuras, pero alrededor de los 10 años cambió completamente y se volvió muy reflexivo.


CAMINO HACIA EL PONTIFICADO

 “En el año 1922 -recordaba Eduardo-, llegó a nuestro pueblo un fraile capuchino y predicador. Era muy elocuente y Albino quedó impresionado de aquellas prédicas y comenzó a pensar en ser capuchino también él. Pero mamá lo disuadió, diciéndole que primero debía terminar de cursar el cuarto año de la escuela elemental, y luego se vería. Pero Albino seguía pensando en ello y escribió una carta a papá, que por ese entonces estaba en Francia. Y nuestro padre, que era socialista, le contestó dándole de muy buena gana, su autorización. Aquella carta mi hermano aún la tenía”.
Albino también había conversado con el párroco del pueblo, quien en lugar de enviarlo a los frailes capuchinos, lo acompañó al Seminario diocesano de Feltre.
Fue siempre un alumno modelo y muy inteligente. Fue ordenado sacerdote el 7 de julio de 1935. Luego de haber desempeñado diversos cargos en su diócesis, fue enviado a Roma donde se doctoró en la Pontificia Universidad Gregoriana. De vuelta a Belluno comenzó su actividad de docente y fue también vicerrector del Seminario.

En el año 1949 publicó su primer libro: ‘Catecismo en migajas’. Siempre tuvo pasión por escribir. Durante la escuela secundaria sus escritos eran muy largos y bellos. Su estilo era simple y claro. Más tarde, como Patriarca de Venecia, colaboró en El Mensajero de San Antonio, escribiendo mensualmente una larga carta a un personaje famoso del pasado, religioso o laico (San Buenaventura, Dickens, Goethe, Goldoni, San Francisco de Salles, Marconi, Manzoni, Chesterton, María Teresa de Austria, etc.), y a través de estas cartas fantasiosas, hacía el análisis de la realidad actual, con una prosa periodística ágil e increíblemente amena. Las cartas luego fueron recogidas en un libro cuyo título es “Ilustrísimos Señores”.
La carrera de Luciani fue lenta pero continua. En el año 1954 fue nombrado Vicario general de la diócesis de Belluno, luego canónigo de la Catedral, y en 1958 Juan XXIII lo consagró Obispo.
Se cuenta que un día, cuando Luciani aún era un simple sacerdote, en la curia bellunense llegó de improviso el cardenal Angelo Roncalli, en ese entonces Patriarca de Venecia. Iba hacia Cadore para una visita pastoral y deseaba ser acompañado por el obispo de Belluno, monseñor Muccin. Pero éste no se encontraba. Sin embargo, se encontraba allí el joven docente de teología, Albino Luciani. “Venga usted conmigo, haremos un lindo viaje en coche”, le dijo Angelo Roncalli. En el auto hablaron ‘largo y tendido’. Roncalli se interesó mucho por aquel joven sacerdote. Poco tiempo después, elegido Pontífice, se acordó de él y lo nombró obispo.
Luciani fue llamado a regir la diócesis de Vittorio Veneto. Tenía 300 sacerdotes a su cargo. Regularmente, cuando uno de ellos se enfermaba, iba a visitarlo. Tenía con todos una intensa correspondencia epistolar, personal, directa, evitando el envío de “cartas pastorales” colectivas, porque, decía, “parecen como si lloviesen del cielo”.
En el año 1969 Pablo VI lo nombró Patriarca de Venecia y cuatro años después le otorgó la púrpura cardenalicia. El 26 de agosto de 1978 fue elegido Pontífice, tomando el nombre de Juan Pablo I, y permaneció en el trono de Pedro por tan sólo 33 días.
En su breve pontificado, Papa Luciani no tuvo tiempo de escribir encíclicas, para hacer reformas, para promulgar documentos, para mantener grandes discursos ni tampoco para realizar viajes apostólicos. Pero su rostro, visto en todo el mundo a través de la TV, sus ojos vivaces, su figura mansa y humilde, el rubor de su rostro por la sorpresa de verse elevado a tanta gloria, el tono de su voz, las frases simples, y sobre todo su sonrisa, emanaban una misteriosa e instintiva simpatía que conmovía las conciencias. Inmediatamente, para todos, fue el “Papa de la sonrisa” y después de un cuarto de siglo su recuerdo sigue siendo muy fuerte.
“Aquella sonrisa que conquistó el mundo -me dijo un día la cuñada de Juan Pablo I, Antonieta, esposa de Eduardo-, no era la expresión de un hombre sin preocupaciones. Era una conquista espiritual. Sonreía para no hacer pesar sus problemas, sobre las personas que lo rodeaban. También él tenía momentos de sufrimiento, tristeza, que muchas veces no lograba ocultar. Pero le duraban pocos minutos. Luego retomaba el control de sus actos y en sus labios aparecía nuevamente la sonrisa.
Era una persona que vivía permanentemente en la presencia de Dios, y era la conciencia de estar en esa presencia de Dios que le daba la fuerza para sonreír permanentemente, aún cuando las cosas no estuvieran bien.
A veces me quejaba porque, con 9 hijos, unos cuantos nietos, y mi trabajo de maestra, no me daban mucho tiempo como para ir a la iglesia a rezar o para leer los diarios católicos, es decir, para mantenerme al día sobre las vicisitudes de la Iglesia. El me decía que no tenía que preocuparme para nada. Que sólo tenía que pensar en cumplir con mis deberes. Las conferencias, las mesas redondas, las reuniones para ‘hablar de Dios’
-decía-, no son de gran utilidad. Por el contrario, hay que ‘hablar con Dios’. Y añadía que no era necesario ir a la iglesia para ‘hablar con Dios’, es decir para rezar. Cuando pienso en la Virgen María -decía-, no me la imagino en el templo absorta en oraciones, sino ocupada en la limpieza de su casa, en el lavado de la ropa de San José y de Jesús, en cocinar, en hacer todas estas cosas con amor. He aquí la oración más bella que se pueda hacer. Esta era su enseñanza”.
Como Papa, pronunció la frase que desencadenó discusiones interminables entre los teólogos, pero que reflejó una extraordinaria verdad: “Dios siempre tiene los ojos abiertos sobre nosotros, aún cuando nos parezca que es de noche. Es Padre, más aún, es Madre”.

3 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. `La experiencia personal de sentir el Olor del perfume de su Santidad frente a un FOTOGRAFIA DE ALBINO LUCIANI "....Rafael Angel

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  3. Carlos Galliani19 julio, 2019 00:57

    Si tan sólo nos dejáramos guiar por la voluntad divina, este mundo sería definitivamente diferente

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