Es difícil entender cómo fue posible esta perversión del ministerio   sacerdotal. El sacerdote, en el momento de la ordenación, preparado durante   años para este momento, dice sí a Cristo para hacerse su voz, su boca, su   mano, y servirlo con toda la existencia para que el Buen Pastor que ama,   ayuda y guía a la verdad esté presente en el mundo. Es difícil comprender   cómo un hombre que ha hecho y dicho esto puede luego caer en esta perversión,   es una gran tristeza, una tristeza también que la autoridad de la Iglesia no   fuera suficientemente vigilante y suficientemente veloz y decidida para tomar   las medidas necesarias. Por todo esto, estamos en un momento de penitencia,   de humildad, de renovada sinceridad. (...) En cuanto a las víctimas, diría   que son importantes tres cosas. (...) Cómo podemos reparar, qué podemos hacer   para ayudar a estas personas a superar este trauma, a reencontrar la vida, a   reencontrar también la confianza en el mensaje de Cristo. La cura, el   compromiso por las víctimas es la primera prioridad con ayudas materiales,   psicológicas y espirituales. Lo segundo es el problema de las personas   culpables: la justa pena, excluirlos de toda posibilidad de acceso a los   jóvenes, porque sabemos que ésta es una enfermedad, que la libre voluntad no   funciona donde está esta enfermedad y, por lo tanto, debemos proteger a estas   personas contra sí mismas y encontrar la manera de ayudarlas y protegerlas y   excluirlas de todo acceso a los jóvenes. Y el tercer punto es la prevención   en la educación y en la elección de los candidatos al sacerdocio. Estar   atentos de tal modo que, según las posibilidades humanas, se excluyan futuros   casos. 
-De la entrevista concedida por el Santo Padre a los periodistas,
a bordo del avión, rumbo al Reino Unido.
a bordo del avión, rumbo al Reino Unido.
 
 

 
 
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