15 de diciembre de 2009

Pedofilia y los dichos del senador chileno Pizarro

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De Iglesia.cl

"Es inaceptable que un senador de la República que se reconoce católico enrostre a la Iglesia de manera tan burda que haya pedófilos en su interior para sacar provecho político en medio de las próximas elecciones", señala Monseñor Fernando Chomali, Obispo Auxiliar de Santiago, en una columna publicada en revista Capital,en su edición que apareció este viernes 11 de diciembre.

A continuación el texto completo de la columna escrita por Monseñor Fernando Chomali.


Es inaceptable que un senador de la República que se reconoce católico enrostre a la Iglesia de manera tan burda que haya pedófilos en su interior para sacar provecho político en medio de las próximas elecciones. Es no sólo una pequeñez de su parte, sino que demuestra ignorancia.
El abuso sexual es la radical negación del valor y del significado de la sexualidad humana. Es un pecado grave a los ojos de Dios y un delito de índole criminal para la sociedad, debidamente penalizado según el ordenamiento jurídico.
Este crimen, repudiable en sí mismo, es especialmente grave y suscita mayor atención e indignación por parte de la sociedad cuando las víctimas son niños. Y, más aún, cuando sus autores son sacerdotes, que están llamados a servir y a educar en la fe y en las costumbres, a ser luz del mundo y sal de la tierra, a ser constructores de una cultura de la vida y no de la muerte.
Contamos con 4.700 obispos que, en comunión con el Santo Padre, conducen a la Iglesia en el mundo entero; 470.000 abnegados sacerdotes y 130.000 seminaristas que, ilusionados, se forman para ser sacerdotes. En medio de este número generoso de hombres y mujeres que han entregado sus vidas para servir como pastores, gran dolor experimentamos los miembros de la comunidad eclesial por ciertos tristes y graves delitos cometidos por algunos de nuestros ministros. El abuso sexual de menores es una perversión muy compleja en su detección, y que puede ser practicada por adultos en un momento dado de sus vidas, independiente de su condición marital, actividad, edad o situación social. Es injustificable desde todo punto de vista.
Quienes padecían esta perversión, aunque sea de modo latente, nunca debieron haber ingresado a las casas de formación sacerdotal; nunca debieron haber sido ordenados sacerdotes y, si lo fueron, a la primera manifestación de esta depravación debieron haber sido adecuadamente tratados y, de no prosperar el tratamiento, impedidos de ejercer el ministerio sacerdotal.
Las palabras de Juan Pablo II son claras: “la gente debe saber que no hay lugar en el sacerdocio y en la vida religiosa para quienes dañan a los jóvenes. Tienen que saber que los obispos y los sacerdotes están totalmente comprometidos en la plenitud de la verdad católica sobre asuntos de moral sexual, una verdad tan esencial a la renovación del sacerdocio y del episcopado, como a la renovación de la vida matrimonial y familiar”.
Estos casos lamentables, que tanto daño han hecho a las víctimas, a sus familiares y a la comunidad, son demostradamente aislados y producen un sentimiento de gran dolor en la amplia mayoría de los sacerdotes que, con abnegación y generosidad, se han entregado al servicio de Dios y de los hombres. Estos hechos, cuyos responsables deberán dar cuenta a la luz de un justo juicio, no enlodan en absoluto el valor del sacerdocio en cuanto tal; y menos, la reconocida y ampliamente valorada acción que la Iglesia ha realizado a lo largo de la historia en la formación de los jóvenes.
Sigue siendo un gran anhelo de los padres educar a sus hijos en colegios católicos; un ganado prestigio tienen las universidades católicas del mundo entero; y los grupos juveniles y movimientos apostólicos dan constantes muestras de la vitalidad de la Iglesia en medio de los niños y jóvenes. Los cientos de miles de éstos que se reúnen anualmente en torno al Santo Padre, ¿no constituyen acaso un eximio acto de confianza hacia la Iglesia, madre y maestra, y hacia sus pastores?
Para los sacerdotes que viven su ministerio y su promesa celibataria con fidelidad, y que son apreciados por la comunidad a la cual sirven, estos hechos constituyen una ofensa a sus personas, así como el modo en que han sido tratados frente a la opinión pública. No aceptamos generalizaciones ni instrumentalizaciones; sí, queremos y nos interesa tratar el tema con seriedad y perspectivas en un contexto global, puesto que los casos de abuso sexual se dan, lamentablemente, en todos los estamentos de la sociedad.
Un tratamiento superficial de estos lamentables hechos ha llevado a cuestionar el celibato. En realidad, quienes cometen actos pedofílicos o efebofílicos son pervertidos sexuales, sean cuales fueren la actividad que realicen o el estado de vida que tengan. Numerosos estudios especializados sitúan estas desviaciones en el ámbito de auténticas patologías presentes antes de la elección celibataria.
El celibato sacerdotal constituye una riqueza inestimable de la Iglesia Católica y de la cual toda la sociedad se ha visto favorecida por el testimonio que ello implica. Especialmente, en un mundo donde la sexualidad humana ha sido tan banalizada y reducida a la categoría de bien de consumo, y en el que el individualismo hace cada vez más irrelevante el sacrificio o la virtud de la castidad.
No se puede, sin más, atacar de manera tan vehemente a una institución que tanto bien ha hecho a la sociedad, y que goza de gran credibilidad, por estos hechos puntuales que, por lo demás, somos los primeros en lamentar y repudiar sin ambigüedades. Se cometen una gran injusticia y un gran error, dado que no hay nada más personal que el mérito o la culpa.
Llama la atención que en forma simultánea a estos hechos haya miles de sacerdotes encarcelados por profesar su fe y otros brutalmente asesinados por su defensa de los derechos de las personas. De ello no se habla con la misma vehemencia, ni se postula la hipótesis de que son muchos los sacerdotes que se encuentran en la misma situación de verdadero martirio en aras de los ideales de la paz, de la verdad y de la justicia.
Por todo lo anterior, es inaceptable que un senador de la República que se reconoce católico enrostre a la Iglesia de manera tan burda que haya pedófilos en su interior para sacar provecho político en medio de las próximas elecciones. Es no sólo una pequeñez de su parte, sino que demuestra ignorancia, dado que la inmensa mayoría de los abusos sexuales se dan al interior de los propios hogares, especialmente los con problemas en su constitución. El senador que ha vivido gracias a los principios de la Iglesia que sustenta (o sustentaba) la Democracia Cristiana no duda ahora en darle un golpe. Pero le fue mal, porque lo que dice no es cierto, porque la gente sabe quién es quién y porque la sociedad civil reconoce a la Iglesia y a sus sacerdotes que viven en medio de la población un inmenso valor.
Este tema es muy serio como para aprovecharlo políticamente y perjudicar a la Iglesia Católica. Transparencia, verdad y justicia, sí; morbo o aprovechamiento ideológico o político, no. Prudencia… siempre. La comunidad cristiana, sr. Pizarro, no se conforma con que diga que fueron “palabras desafortunadas”. A usted, en virtud de su investidura, lo que le corresponde es pedir perdón.
Los hombres y mujeres somos en cierto sentido hijos del tiempo en el cual nos toca vivir. Sería altamente aconsejable que todos reflexionáramos acerca de la sociedad que estamos construyendo y nos cuestionáramos acerca del entramado valórico que les estamos tejiendo a las futuras generaciones.
Resulta paradójico que, por una parte, se reconozca que la familia es el lugar más adecuado para prevenir posibles perversiones sexuales de las personas, por ser el espacio más apropiado para madurar las tendencias y adquirir una adecuada identificación en el plano sexual y que, por otra, la sociedad se encamine en la práctica de hacer cada vez más difícil la presencia de los padres en la educación de los hijos, de disociar cada vez más las relaciones parentales y de hacer del matrimonio, de suyo indisoluble, una alternativa más entre otras formas de agregación afectiva. Al menos eso es lo que se ve de parte de los postulantes a la presidencia de la República, lo que obviamente la Iglesia jamás va a avalar.

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