HOMILÍA
25° DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO- B
En aquel tiempo, instruía Jesús a sus discípulos. Les decía:
-El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará.
Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y una vez en casa les preguntó:
-¿De qué discutíais por el camino?
Ellos no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
-Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos.
Y acercando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
-El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.
Mc 9,29-36
La escena central del Evangelio de hoy está en un contexto de negros presagios. Jesús ya no predica en público, rehuye a las masas hambrientas de milagros y de pan, no quiere encontrarse con los ardientes palestinos que pretenden que Jesús tome, al fin, las riendas de la subversión política y se ponga al frente de los hombres que esperan al líder Mesiánico que los conduzca a enfrentarse con el opresor romano y haga de Israel una nación libre donde Dios reine. ¡Mesías poderoso, muéstrate: te seguiremos! Este ocultarse de Jesús desconcierta a los discípulos que participan de las impaciencias de la lucha y sueñan en los alegres días del triunfo.
Un Jesús que se esconde no es lo que ellos esperan. Y la nueva táctica del Maestro de enseñarles a ellos a solas, de instruirles con palabras sobrias y duras sobre el destino de quien ha optado por un mesianismo de servicio que tiene como única arma el amor, no les convence. Es una enseñanza incomprensible y dura.
Lentamente se van retrasando en su caminar y lo van dejando avanzar en solitario. Es mejor no preguntar, es mucho mejor que entre ellos se discuta y se proyecte el futuro en alta voz. Es imprescindible que entre ellos se aclaren las cosas, se repartan los papeles y que cada uno se sitúe en su importante puesto. "¿De qué discutíais por el camino?", les pregunta Jesús. "Ellos callaban pues por el camino habían discutido quién era el más grande". En este momento, Jesús va a ser, una vez más, sorprendentemente nuevo. Jesús de Nazaret tiene una idea del poder y de la autoridad totalmente nueva, inédita. Poder es capacidad de servir. Lo que legitima a uno para que se llame "el primero" es todo su trabajo, el historial de servicio a los demás, su disponibilidad para toda tarea.
Esto es difícil de comprender. Ninguno entre los discípulos lo entiende. Y lo que es peor, les resulta increíble. Nunca se ha visto una cosa semejante. Ni parece que reporte mucho al que conciba así su título de jefe. Lo razonable, lo justo, es lo contrario; el cargo pide excelencia, reconocimiento, prestigio, estar por encima, ser servido. Un poderoso que no se rodee de atributos de grandeza ni de galones, que no haga apariciones espectaculares y brillantes, no es popular, no arranca ovaciones y baños de multitud. No tiene seguidores celosos ni puede suscitar adhesiones multitudinarias. Jesús sabe bien la novedad que trae. (Sí, ya sabemos que esta concepción típicamente cristiana ha pasado a ser un tesoro cultural de la humanidad. Hoy los jefes suelen decir que son "servidores" del bien común, del pueblo y del partido, ¡cómo no!). El hombre de Nazaret quiere ser entendido. Necesita que nadie se llame a engaño sobre su persona y estilo. Cogiendo a un niño, probablemente a un pequeño criado, se hace uno con él en un abrazo de identificación que le define más que todo un tratado sobre la nueva autoridad.
SERVICIO/AUTORIDAD: Servir a un siervo, acogerlo como a un importante señor, es la suprema aspiración de quien le sigue y le ha tomado como Maestro.
Esa es la actitud correcta de aquel que quiere ser "el primero" siguiendo a Jesús, dando crédito a su enseñanza. En el siervo a quien se sirve, en el hombre sin atributos ni dignidad a quien se entregan, en el inocente y en el niño, en el pueblo llano, están acogiendo a Dios en un encuentro real y personal. "Me acogen a Mi, acogen al que me ha enviado".
Desde Cristo el concepto de autoridad ha sido modificado radicalmente y sus palabras piden el asentimiento de la fe. Fe real, no títulos nominales. Ser "siervo de los siervos" es reclamar el último lugar como realidad indiscutible dentro y fuera de la Iglesia. Presidir una comunidad en la fe -ser obispo, párroco, capellán...- es vivir el afán cotidiano de servirla con todo lo que somos, gastándonos por ella sin reserva alguna, dejando nuestra vida en el empeño. Y todo ello movido por el amor concreto a los servidos, como Jesús. "Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo". "Os he lavado los pies -trabajo propio de esclavos-, también vosotros debéis...". Este y no otro es el test de la fe de los cristianos constituidos en autoridad. La última razón de su designación y el motivo de su remoción, caso de que no lo llenen. Y no miremos sólo a los de arriba, ya que a nuestro modo todos tenemos nuestra autoridad. Autoridad de los padres en la familia, la de los jefes en cualquier empresa o sindicato, la del compañero hábil en los perfiles del oficio, la del cabecilla nato del equipo de barrio, la del presidente de la asociación de vecinos o la de la camarera mayor de la ilustre cofradía...
Toda autoridad sustentada por un cristiano pide pasar por ese control de calidad, necesita verificar así el pasaporte de su titularidad. Ahí queda ese gesto-palabra de Cristo, abrazado a un esclavillo como crítica de toda autoridad. Como creación de un orden nuevo en este mundo concreto en el que es necesario quien mande. Es una potente llamada a una conversión personal e institucional. Si los cristianos no realizamos el estilo de Cristo, ¿de quién somos discípulos? Si la Iglesia como comunidad animada por el Espíritu de Jesús no instaura ese estilo inconfundible del Señor hecho siervo, ¿no haría increíble el Evangelio ya que proclamaría lo que no cumple y predicaría lo que no práctica? ¡Que no tengamos que callar cuando se nos pregunte de qué hablábamos por el camino!
DABAR 1976, 52
Oh Dios, que has puesto la plenitud de la ley en el amor a ti y al prójimo; concédenos cumplir tus mandamientos para llegar así a la vida eterna.
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