7 de junio de 2009

Vivir en Dios Trinidad

 

HOMILÍA

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

 

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En aquel tiempo los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.

Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban.

Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

-Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.

Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.

Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.

Mt 28,16-20

Bautizados en el Padre, el Hijo y. el Espíritu Santo (Mt 28, 16-20) Lo que podríamos llamar "la preocupación de la Trinidad" referente al mundo es llegar a hacer a los pueblos "discípulos". Los pueblos deberían ponerse a escuchar a la Trinidad y a cumplir los mandamientos, y de esa manera saber que el Señor está con ellos hasta el fin del mundo (Mt 18, 16-2O).

Al Hijo se le ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Jesús, después de su resurrección que le ha conferido el título de Kyrios, Señor del universo y juez, con pleno derecho confiere una misión a sus discípulos. Esta misión es fundamentalmente para la Iglesia y para el mundo. Por lo que a los Apóstoles se refiere, se trata de "hacer discípulos".

En san Marcos (13, 10; 14, 9; 16, 15) y en san Lucas (24, 47), se ve ya, que se trata de "proclamar". Pero aquí el término es más riguroso todavía; no sólo se trata de presentar el mensaje objetivamente, sino que hay que hacer entrar en él, crear una vinculación entre el mensaje y quienes lo reciben de tal modo que el mensaje transforme profundamente al que lo recibe.

En realidad, no es que sea cristiano el que se limita a escuchar meramente una doctrina y a estudiarla considerándola desde afuera, sino que todo cristiano incorpora a su vida cuanto se le proclama; todo cristiano es un discípulo. Ahora bien, esta incorporación del mensaje a la propia vida supone una fe, y ésta es un don conferido por el Espíritu en el bautismo.

¿Hay que ver en las palabras "bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" la fórmula bautismal? Por mi parte, y a pesar de los comentarios que afirman lo contrario, creo que no, opino que no puede afirmarse que en tiempo de los Apóstoles, se administrara el bautismo con la fórmula trinitaria expresada en tales términos, como si encontráramos ahí la fórmula "Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Basta recorrer los libros litúrgicos antiguos para convencerse de que esta fórmula no aparece en la liturgia romana antes de finales del s. VII o comienzos del VIII. Sin embargo, el bautismo por inmersión se practica haciendo un triple interrogatorio acerca de la fe en cada una de las Personas de la Trinidad, respondiéndose: "Creo". Pero no se puede dudar de que las fórmulas trinitarias existen desde muy pronto, y san Pablo las utiliza frecuentemente.

¿No cabe pensar que "bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" significa hacer entrar en la unión con la Persona del Padre, con la Persona del Hijo y con la Persona del Espíritu? En definitiva ser discípulo, ser cristiano, es vivir en unión con las Personas divinas, y el bautismo nos ha hecho contraer con ellas una íntima vinculación; en ellas hemos sido bautizados. Poco importa que se haya bautizado con o sin la fórmula "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", cosa que en la Iglesia latina no se ha realizado, utilizando la citada formulación, con anterioridad al s. VIII. Lo que siempre se ha verificado ha sido la inserción del bautizado en la vida trinitaria.

-Un Dios que escogió un pueblo entre los demás (Dt 4, 32-40)

Hay ciertos hechos concretos que revelan el amor. En el Señor esto se cumple en todo cuanto ha hecho por su pueblo. Su preocupación es ligarlo con él. Lo que hemos leído en el evangelio, la orden de hacer discípulos dada a los Apóstoles, por parte de Cristo significa la preocupación de crear vínculos con los pueblos, insertarlos en la vida trinitaria de Dios.

La lectura del Deuteronomio propuesta en este día (Dt 4, 32-4O), pone de relieve esta voluntad de Dios de encontrarse con el pueblo y de vincularlo a el "¿Hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?, ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas...?". Así, la historia es una continua revelación de Dios.

De esta revelación a través de los gestos de Dios, hay unas conclusiones concretas que sacar: la observancia de sus mandamientos. Tanto la lectura del evangelio como la del Deuteronomio finalizan hoy de la misma manera: ante la revelación del Dios Trino y frente a la realidad de nuestra inserción en el misterio, una actitud queda en pie y se hace cada vez más apremiante: entrar por los caminos de Dios teniendo en cuenta sus preceptos.

-El Espíritu nos hace hijos (Rm 8, 14-17)

Este mismo tema de la unidad con Dios es el objeto del pasaje de la carta a los Romanos. Somos hijos de Dios, coherederos con Cristo. La promesa de Dios tiene como objeto una herencia (Ef 3, 6 ; 2 Tm 1, 1; Tt 1, 2). El Espíritu que nos hizo hijos nos introduce también en la promesa.

¿Qué promesa y qué herencia son éstas? Frecuentemente se manifiesta san Pablo sobre este tema. Para él, la herencia que Dios tiene destinada a sus hijos es el Reino y la gloria (1 Tes 2, 12). Si examinamos un poco más la terminología de Pablo, encontramos numerosas expresiones equivalentes a éstas: la herencia es el Reino (1 Co 6, 9, 10; Ga 5, 21; Ef 5, 5), pero también lo es la gloria (Rm 5, 2; 8, 18; Ef 1, 8); también la vida eterna (Rm 6, 22, 23; Ga 6, 8; Tt 1, 2); y también la gloria y la vida eterna (Rm 2, 27). Esta es la herencia que nos corresponde por ser hijos.

Se trata, pues, de dejarnos "llevar" por el Espíritu. El Espíritu está constantemente actuando en nosotros: él nos lleva y lo nuestro es dejarnos llevar. Por esto escribe san Pablo que no debemos entristecer al Espíritu (Ef 4, 30).

Así, pues, estamos siendo transformados radicalmente por el Espíritu de Cristo que hace de nosotros hijos, coherederos con Cristo de la promesa. Esta identificación del cristiano obrada por el Espíritu le hace tan semejante a Cristo, que es Cristo quien vive en él (Gal 2, 2O). Tan configurados estamos con Cristo por el Espíritu, que en nosotros encuentra el Padre la imagen misma de su Hijo, al que él nos envió por amor y para salvarnos. De este modo se encuentra expresada de una manera casi sensible la Trinidad de Dios, a la que todo bautizado está necesariamente vinculado.

Todo esto supone la fe, pero la misma fe es incesantemente fortalecida en nosotros por el Espíritu. Si lo que nos conduce a la Trinidad es el comienzo de la fe, la Trinidad constituye en nosotros esa fe que nos conduce a ella. Así estamos siendo constantemente objeto de la actividad de la Trinidad en nuestras vidas.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5 
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982. Pág. 65-68


Dios Padre Todopoderoso, que has enviado al mundo la palabra de la verdad y el Espíritu de la santificación para revelar a los hombres tu admirable misterio; concédenos profesar la fe verdadera, conocer la Gloria de la eterna Trinidad y adorar su Unidad todopoderosa.

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