Desde que se estableciera el 1 de mayo como Día del Trabajo, muchas mejoras se han ido consiguiendo en este sector, aunque todavía queda mucho por hacer, ya que en el mundo continúa la explotación de menores, horarios de trabajo que superan las ocho horas diarias, sueldos mínimos que no superan el dólar diario, trabajadores sin contrato … y un largo etcétera, justifica esta celebración que mañana se conmemora en todo el mundo, dedicada a todos los trabajadores.
Desde el siglo pasado, esta jornada del 1 de mayo tiene siempre un significado profundo de unidad y comunión entre todos los trabajadores, para subrayar su papel en la estructura de la sociedad y para defender sus derechos. En 1955 Pío XII, quiso dar al 1 de mayo también una impronta religiosa, dedicándolo a san José Obrero, y desde entonces la fiesta civil del trabajo se ha convertido en una fiesta también cristiana.
San José, descendiente de reyes, entre los que se cuenta David, el más famoso y popular de los héroes de Israel, pertenece también a otra dinastía, que permaneciendo a través de los siglos, se extiende por todo el mundo. Es la de aquellos hombres que con su trabajo manual van haciendo realidad lo que antes era sólo pura idea, y de los que el cuerpo social no puede prescindir en absoluto. Es este oficio el que le hace ocupar un lugar imprescindible en el pueblo, y a través del mismo influye en la vida de aquella pequeña comunidad. José, el varón justo. Él ya había cumplido su misión, dando al mundo su testimonio de buen obrero. Por eso la Iglesia ha querido ofrecer a todos los obreros este espectáculo de santidad, proclamándole solemnemente Patrón de los mismos, para que en adelante, el trabajador humilde, silencioso y justo de Nazaret, sea para todos los obreros del mundo, especial protector ante Dios, y escudo para tutela y defensa en las penalidades y en los riesgos del trabajo.
Juan Pablo II dedicó una Encíclica a los trabajadores: Laborem exercens. En ella, el predecesor de Benedicto XVI tocaba algunos problemas referentes a la dignidad de la persona.
El Siervo de Dios Juan Pablo II reconocía en su Encíclica “Laborem exercens” la fatiga de cada trabajo, desde el realizado por los agricultores, hasta el trabajo intelectual. “No obstante, con toda esta fatiga, y quizás, en un cierto sentido, debido a ella, -escribía el Pontífice- el trabajo es un bien del hombre, (…) porque mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido ‘se hace más hombre’”.
Este “hacerse hombre a través del trabajo” tiene, en el mundo de hoy en el que las globalización abarca todo, el peligro de no respetar la dignidad humana, como señalaba Juan Pablo II en ocasión del Jubileo de los trabajadores de 2000. “En este camino de civilización –dijo- gracias a las nuevas tecnologías y a la telemática, se abren hoy posibilidades inéditas de progreso. Sin embargo, surgen nuevos problemas, que se añaden a los anteriores y suscitan una legítima preocupación. En efecto, perduran, y a veces se agravan en algunas partes de la tierra, fenómenos como el desempleo, la explotación de menores y la insuficiencia de los salarios. Es necesario reconocer que la organización del trabajo no siempre respeta la dignidad de la persona humana, y que no se tiene debidamente en cuenta el destino universal de los recursos”.
Al respecto Juan Pablo II señaló que “es importante tener presente que cuanto más global sea el mercado, tanto más debe ser equilibrado por una cultura global de la solidaridad, atenta a las necesidades de los más débiles”. Con este mensaje de Juan Pablo II finalizamos este espacio de hoy deseándoles que conmemoren tanto el Día del Trabajo como el de su patrón, san José Obrero.
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