23 de abril de 2009

Así habla el Espíritu

Comparto con ustedes hoy una lectura provocadora, especialmente para los religiosos y religiosas de hoy.

De Ciudad Redonda

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Así dice el Espíritu a las religiosas y a los religiosos de la Iglesia que vive en la Diáspora:

  • Conozco la ciudad -el mundo- en que habitáis. He visto el hacinamiento doloroso de los barrios obreros y la desafiante miseria de los inmensos suburbios. He observado también el lujo de las zonas residenciales, y el alarde majestuoso de los grandes edificios...
  • Escucho cada día el quejido de millones de hombres y mujeres sin trabajo, y el llanto de los niños abandonados sin hogar, e incluso inmolados antes de nacer...
  • Me duele la esclavitud de las prostitutas y de los drogadictos, la degeneración de la sociedad en casi todos sus estratos, el 'erotismo devastador' de que os ha hablado mi siervo el Papa, la violencia de vuestras calles y de vuestras cárceles...
  • Esperaba que vuestros gobernantes promulgaran leyes justas y os ayudaran a cumplirlas, y no lo han hecho...; que vuestros magistrados hicieran justicia, y las causas se les acumulan en los armarios...
  • Sufro Yo, el Espíritu de la Verdad, que quiero llevaros hasta la Verdad plena, sufro por la manipulación constante de vuestro lenguaje. Vuestras palabras se han vuelto muchas veces 'criados inútiles', incapaces de crear comprensión y comunicación verdadera entre vosotros... Al egoísmo se le llama amor. Se llama libertad a lo que es servidumbre; y servidumbre, a lo que es libertad...
  • Vosotros, Religiosos y Religiosas, mientras tanto, habéis hecho un gran esfuerzo por renovaros, poniéndoos al día, con el sincero deseo de llevar la Buena Noticia del Reino a los hombres de hoy, vuestros hermanos... Os habéis insertado en los barrios... Habéis entrado en las cárceles... Lleváis consuelo y alivio a los que sufren... Reclamáis que os den los niños de los otros, que no quieren que nazcan... Cuidáis a los ancianos que estorban en sus casas... Comenzáis a atender a los afectados por el sida... Continuáis enseñando a quien no sabe, curando enfermos y socorriendo a muchos necesitados...
  • Sé muy bien que vuestras dificultades son cada día mayores... Sois, indudablemente, esforzados y generosos... Conozco vuestras obras y vuestros afanes, lo que hacéis y lo que quisierais hacer... Os felicito por todo ello. Yo, que soy el Inspirador de todas esas buenas acciones...

Pero también he de deciros que tengo algo contra vosotros y vosotras:

  • que habéis acomodado, muchas veces, vuestro estilo de vida a las costumbres mundanas de la ciudad en que habitáis...
  • que os dejáis arrastrar, sin advertirlo siquiera, por el espíritu de consumo, de mediocridad y de burguesía...
  • que, al ritmo de la propaganda, os creáis necesidades innecesarias. (Cada día, necesitáis más cosas para vivir; y esas cosas, cada día, las necesitáis más...)
  • que, con frecuencia, buscáis seguridades fuera del Único que es y que puede daros la verdadera Seguridad...
  • que, por lo menos, dais la impresión de fiaros más de vuestros proyectos y planificaciones, de vuestros propios recursos y técnicas, que de Mí y de mi gracia... Por eso, trabajáis mucho, os agitáis nerviosamente, corréis sin deteneros de un sitio para otro... No tenéis tiempo para el descanso, para la oración reposada, para la convivencia fraterna, para contemplar amorosamente la naturaleza, para estar en comunión conmigo, que soy el Protagonista de toda obra de salvación... No tenéis tiempo para vivir de verdad...
  • que también a vosotros, y de una manera particular a vosotros y a vosotras, os está afectando -por contagio- la tergiversación del lenguaje:

Habéis aprendido palabras nuevas; pero conserváis muchas ideas no sólo antiguas, sino anticuadas...

  • sabéis decir koinonía, diakonía, y cien vocablos más en griego. Y os dejáis cautivar por el encanto y por la magia de estas palabras extrañas, dispensándoos quizás de vivir comprometidamente el mensaje que encierran...
  • confundís no pocas cosas: la pobreza evangélica, con la economía; la unidad, con la uniformidad; la fidelidad, con la costumbre; la paz, con la tranquilidad; la obediencia, con la ciega sumisión; la contemplación, con la clausura; el estar unidos, con el estar juntos; el celo, con el frenesí de la acción; la oración, con los rezos; la libertad, con el capricho; la personalidad, con la extravagancia; la sinceridad, con la simple espontaneidad; la prudencia, con la cobardía.
  • también vosotros y vosotras llamáis, algunas veces, autoridad al autoritarismo; y autoritarismo, a la autoridad...

Que, frente al gigantesco y estremecedor reto de la increencia, del    agnosticismo, de la superstición, del ateísmo generalizado, a veces, vosotros y vosotras os perdéis en múltiples y pequeñísimos problemas caseros, malgastando preciosas energías que Yo mismo os he dado, olvidando que ni vosotros ni vuestras Instituciones os pertenecéis, porque sois de la Iglesia y para los hombres: pertenecéis por entero al Reino de Dios...
¡Por favor! No me entendáis mal. Mi reproche puede pareceros duro, casi casi injusto. Pero os garantizo que está transido de ternura -Yo, la Ternura de Dios-, y que os lo dirijo así, sin manipulaciones de lenguaje, a cara descubierta, sin eufemismos, como una llama que, a la vez, quema, calienta, ilumina y purifica. ¿No decís vosotros que soy Fuego?
No os invito a la inacción, a la pasividad, a la simple espera. ¿Cómo podría hacer esto Yo, que soy la Fuerza y el Impulso creador de Dios?
Os invito a la docilidad activa, a la verdadera Pasión, a que me dejéis hacer en vosotros y a través de vosotros. Os invito a la comunión viva conmigo y a la viva comunión con vuestros hermanos; a la esperanza ardiente y a la ardiente vigilia...
Yo, que suscité en la Iglesia el Carisma de la vida religiosa y el Carisma de cada uno de vuestros Institutos, que deposité en vuestros corazones el don, la llamada y la urgencia del seguimiento radical de Jesucristo, os unjo de nuevo y cada día os urjo desde dentro, y os envío a ser, en la Iglesia y para el mundo, hombres y mujeres como Jesús y como María, ENTERAMENTE LIBRES Y ENTERAMENTE PARA LOS DEMÁS: para Dios y para los hombres, para el Padre y para los hermanos.

¡No tengáis miedo! Yo estoy y estaré para siempre con vosotros (cf Jn 14, 16-17).

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