24 de abril de 2009

AL PARTIR EL PAN

HOMILÍA

III DOMINGO DE PASCUA

 

clip_image002En aquel tiempo contaban los discípulos lo que les había acontecido en el camino y cómo reconocieron a Jesús en el partir el pan.

Mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de sus discípulos y les dijo:

-Paz a vosotros.

Llenos de miedo por la sorpresa, creían ver un fantasma. El les dijo:

-¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo.

Dicho esto, les mostró las manos y los pies. Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, les dijo:

-¿Tenéis ahí algo que comer?

Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado. El lo tomó y comió delante de ellos. Y les dijo:

-Esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros: que todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí, tenía que cumplirse.

Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras. Y añadió:

-Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén.

Lc 24,35-48

Signo de entrega

La fracción del pan es un signo de la Pascua, una prueba de Cristo resucitado. Fue el argumento decisivo para los discípulos de Emaús. A Cristo se le reconocía, no porque ofreciera en el Templo o enseñara en la sinagoga. sino porque partía el pan. En sus divinas manos el pan se multiplicaba y se partía. Este gesto de sus manos era inconfundible y lleno de sentido. Quería decir: os lo entrego todo, me entrego todo. Este pan es mi cuerpo, deseoso de entregarse y gastarse por vosotros, por todos. Este pan es mi vida. La he recibido para darla. Como la lámpara, que sólo tiene sentido cuando se quema. Este pan soy yo. Yo soy un pan que se parte y se deja comer. Acercaos todos los hambrientos y los pobres. Así, Jesús partía siempre el pan dándole una significación profunda y poniendo una tremenda carga espiritual, porque el pan, en sí no es nada, «el espíritu es el que da vida» (Jn 6, 63).

La fracción del pan es el núcleo de nuestra celebración eucarística. En la última cena Jesús partió el pan, dándole un significado profundo de presencia y entrega. Cada vez que vosotros lo hagáis, anunciáis mi entrega hasta la muerte. El pan que se parte soy yo.

Experiencia de presencia

Pero no sólo signo de entrega y de muerte, también de resurrección. «Proclamamos su resurrección». «Hasta que vuelva», decía San Pablo; «hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios» (Lc 22,16), decía Jesús. En nuestras eucaristías vamos dando cumplimiento al Reino de Dios. En nuestras eucaristías hacemos presente a Cristo, pero no muerto, sino vivo; no sólo cuando se entregaba, sino cuando resucitaba, es decir, cuando amaba con ese amor que vence a la muerte.

Sin la Resurrección no podía haber eucaristía, es claro. Sin la Resurrección podríamos acordarnos de Jesús pero no podríamos hacerlo presente. De hecho, cuando Jesús resucita, se hace presente a los discípulos en el marco de una comida gozosa que es para ellos la mejor prueba de su realidad viva. En el evangelio de hoy vemos que Jesús trata de convencerles con su palabra y la experiencia de sus manos y pies. «Palpadme». Ni por esas; peor que Tomás. «Y como no acababan de creer... Y seguían atónitos, les dijo: ¿Tenéis algo que comer?. . .». Es la prueba de la comida, de la fracción del pan.

Desbordamiento de gozo

Podríamos decir que las primeras experiencias pascuales se realizaban eucarísticamente, comentando las Escrituras y partiendo el pan. «Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras". O, si se prefiere, cuando los discípulos se reunían para comentar las Escrituras y partir el pan, Cristo resucitado se hacía presente. Estas comidas pascuales son el germen de nuestras eucaristías. Fijémonos, por ejemplo, en una de las características de estos encuentros: «Partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría" (Hch 2,46). ¿De dónde sacaban aquellos primeros cristianos este desbordamiento de gozo? No podía ser sólo el recuerdo de la última cena o el recuerdo de la cruz terrorífica en la que murió el Maestro. Estos recuerdos estaban teñidos de tristeza y melancolía. La razón no puede ser otra que la de una fuerte experiencia de Cristo resucitado, que los dejaba a todos llenos de alegría, fuera de sí «por la alegría» (cf. Jn 20, 20); «a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los muertos» (Hch 10, 41).

Pascua prolongada

Nuestra eucaristía es, debe ser, una experiencia de Cristo resucitado, que resucita y nos hace resucitar, que vive y nos hace vivir, que nos llena de ese amor que es más fuerte que la muerte, que nos convierte en sembradores de vida y testigos de resurrección. Toda eucaristía se celebra como «en un rayo de gozo pascual. Todo el culto cristiano no es más que una celebración continua de la Pascua; el sol que no cesa de levantarse sobre la tierra arrastra tras sí una estela de eucaristías que no se interrumpe en un solo instante; y toda misa celebrada es la Pascua que se prolonga» (Bouyer).

Reconocen a los cristianos en el partir el pan

Los cristianos aprendieron de Jesús a partir el pan. Lo hacían «el primer día de la semana», con emoción y alegría. Pero éste no era un simple gesto rutinario. Querían evocar y concentrar en él toda la realidad y todo el misterio de Cristo. Si el partir el pan significaba mucho para Cristo, también tenía que significar para sus discípulos.

Siguiendo esta tradición ininterrumpidamente, nuestras comunidades cristianas siguen celebrando la fracción del pan. Este gesto hace presente la Pascua de Cristo, como acabamos de decir, pero además nos compromete con el mundo .

La comunidad que celebra la fracción del pan debe aprender a compartir. Los panes partidos son los bienes compartidos. Hay que compartir el dinero. el tiempo y los talentos. Hay que compartir los ideales y la fe. Hay que compartirlo todo, imitando la generosidad de Dios, manifestada en Cristo Jesús. Cuando nos apropiamos de algo, no está en nosotros el Espíritu de Dios. Pero, si compartimos, no permitiremos "que haya pobres junto a nosotros" (Dt 15, 4).

La comunidad que celebra la fracción del pan debe aprender a convivir. Este es el pan de la solidaridad. Los que participan del pan partido se hacen amigos y hermanos, concorpóreos y consanguíneos. Este es el pan de la unidad. Los granos dispersos se funden en uno; los hombres divididos se congregan en el amor. «El pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque no hay más que un pan, todos formamos un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo pan» (/1Co/10/16-17). Los que comulgan con el cuerpo de Cristo se capacitan para comulgar con todos los cuerpos de Cristo. Si comulgas así no consentirás que haya junto a ti extranjeros despreciados o personas marginadas. Nadie debe ser para ti distante o enemigo. Todos estamos llamados a formar parte de la misma comunión.

La comunidad que celebra la fracción del pan debe aprender a servir. Cuando comulgamos recibimos fuerza para lavar los pies a los hermanos, para curar a los heridos del camino, para cuidar y acompañar a los enfermos, para trabajar y luchar por la justicia. Si después de comulgar seguimos siendo cómodos e insolidarios, si sólo nos seguimos preocupando de nuestros problemas e intereses, si ni siquiera vemos al hermano necesitado, tendremos que preguntarnos si nuestras comuniones no sirven más de escándalo que de provecho. La comunión nos convierte a todos en presencia viva de Cristo. Yo serviré a mis hermanos como lo haría Cristo y como lo haría con Cristo. Yo lavaré los pies de mis hermanos como lo hizo Cristo y como lo haría con Cristo. Yo me arrodillaré antes mis hermanos los pobres, porque son otros Cristos.

La comunidad que celebra la fracción del pan debe aprender a comprometerse. Desde la comunión se debe luchar por devolver a las personas toda su dignidad. Este pan tiene energías liberadoras. Nadie puede quedar indiferente viendo cómo Cristo sigue siendo expoliado y masacrado. Toda comunidad que come del pan partido debe convertirse en fermento de una nueva sociedad. No se puede comulgar y quedar ensimismado y pasivo. La eucaristía nos lanza al mundo para que demos testimonio del evangelio, para que alentemos en él el Espíritu de Jesús.

La comunidad que celebra la fracción del pan debe aprender a entregarse. Quien come el pan partido tiene que dejarse partir. Quien come el pan del amor debe dejarse comer. Es necesario hacerse pan y dejarse partir en rebanadas. La eucaristía es un amor nuclear que se nos mete por los ojos y en la boca. Por eso. la comunidad eucarística es la que inicia un movimiento de entrega, una reacción de amor en cadena, que llega hasta el fin. Cuando Cristo partía el pan. decía que lo que en verdad se partía era su cuerpo. Por eso, los que comulgan, anuncian la muerte de Cristo y también la propia. Así, los que comulgan se la juegan.

Atentos. La fracción del pan es provocadora. No se puede partir el pan y quedar ilesos. La eucaristía siempre nos debe tocar: o el corazón o las manos o el bolsillo. Porque eucaristía y amor son la misma cosa.

CÁRITAS
VEN.../CUARESMA Y PASCUA
1994.Pág. 215-219 s.


Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resurrección gloriosamente.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

¿Quieres comentar esta noticia?