6 de diciembre de 2009

Evangelio de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción comentado por San Agustín

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel, entrando en su presencia, dijo:

-- Alégrate, llena de gracia, el Señor esta contigo.

Ella se turbó ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel. El ángel le dijo:

-- No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.

Y María dijo al ángel:

-- ¿Cómo será eso, pues no conozco a varón?

El ángel le contestó:

-- El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel, que, a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible.

María contestó:

-- Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.

Y la dejó el ángel.

Lc 1,26-38

Cree a quien yo he creído


Tanto a Zacarías como a María se les promete un hijo, y ella
repite casi las mismas palabras que Zacarías ¿Qué había
dicho Zacarías? ¿De dónde me viene esto a mí? Yo soy
anciano, y mi mujer entrada en años (Lc 1,18) ¿Qué dijo
también santa María? ¿Cómo sucederá esto? Parecidas las
palabras, pero muy distinto el corazón. Escuchemos las
expresiones semejantes al oído, pero averigüemos la distinta
disposición del corazón ante las palabras del ángel. Pecó
David y, corregido por el profeta, confesó: He pecado, e
inmediatamente se le dijo: Se te ha perdonado el pecado (2
Re 12,13). Pecó Saúl, y, reprendido por el profeta, dijo: He
pecado, pero no se le perdonó el pecado, sino que la ira del
Señor quedó sobre él. ¿Qué vemos aquí, sino que a palabras
iguales corresponde un corazón distinto? El hombre oye las
palabras, pero Dios escruta el corazón. Al quitarle el habla
condenando su incredulidad, el ángel vio que en aquellas
palabras de Zacarías no había fe, sino duda y desesperación.
En cambio, María dijo: ¿Cómo sucederá eso, pues, no
conozco varón? (Lc 1,34). Reconoced aquí el propósito de la
virgen. Si hubiese pensado yacer con varón, ¿hubiese dicho:
Cómo sucederá esto? No hubiese dicho esas palabras en el
caso de nacer su hijo como suelen hacerlo los demás niños.
Pero ella se acordaba de su propósito y era consciente de su
voto. Porque sabía lo que había prometido y porque sabía
que los niños les nacen a las mujeres casadas que yacen con
sus maridos, cosa que estaba fuera de su intención, su
pregunta ¿cómo sucederá eso?, se refería al modo, sin que
incluyese duda alguna sobre la omnipotencia de Dios. ¿Cómo
sucederá eso? ¿De qué manera tendrá lugar tal
acontecimiento? Me anuncias un hijo, y me dejas en vilo;
dime, pues, el modo. Pudo, en efecto, la virgen santa temer
o ignorar los designios de Dios, como si el querer que tuviese
un hijo significase desaprobar su voto de virginidad.
¿Qué pasaría si le hubiese dicho: «Cásate y únete con tu
esposo»? Dios no hablaría nunca así, pues en cuanto Dios
había aceptado el voto de la virgen, y recibió de ella lo que él
le había donado. Dime, pues, mensajero de Dios: ¿Cómo
sucederá eso? Ella advierte que el ángel lo sabe y le pregunta
sin dudar lo más mínimo. Como vio que ella preguntaba sin
dudar del hecho, no rehusó instruirla. Escucha cómo: «Tu
virginidad se mantendrá; tú no tienes más que creer la
verdad; guarda la virginidad y recibe la integridad, puesto
que tu fe es íntegra, quedará intacta también tu integridad.
Finalmente, escucha cómo sucederá eso: El Espíritu Santo
vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra, porque concibes mediante la fe, creyendo, no
yaciendo con varón, quedarás encinta: Por eso lo que nacerá
de ti será santo y será llamado Hijo de Dios» (Lc 1,35).
¿Qué es lo que vas a dar a luz? ¿Cómo lo has merecido? ¿De
quién lo recibiste? ¿Cómo va a formarse en ti quien te hizo a
ti?
¿De dónde, repito, te ha llegado tan gran bien? Eres virgen,
eres santa, has hecho un voto; pero es muy grande lo que
has merecido; mejor, lo que has recibido. ¿Cómo lo has
merecido? Se forma en ti quien te hizo a ti; se hace en ti
aquel por quien fuiste hecha tú; más aún, aquel por quien
fue hecho el cielo y la tierra, por quien fueron hechas todas
las cosas; en ti la Palabra se hace carne recibiendo la carne,
sin perder la divinidad. Hasta la Palabra se junta y une con la
carne, y tu seno es el tálamo de tan gran matrimonio; vuelvo
a repetirlo: tu seno es el tálamo de tan gran matrimonio, es
decir, de la unión de la Palabra y de la carne; de él sale el
mismo esposo como de su lecho nupcial (Sal 18,6). Al ser
concebido te encontró virgen, y, una vez nacido, te deja
virgen. Te otorga la fecundidad, sin privarte de la integridad.
¿De dónde te ha venido? ¿Quizá parezca insolente al
interrogar así a una virgen y pulsar como inoportunamente
con estas mis palabras a sus castos oídos. Mas veo que ella
llena de rubor, me responde y me alecciona: «¿Me preguntas
de dónde me ha venido todo esto? Me ruborizo al
responderte acerca de mi bien; escucha el saludo del ángel y
reconoce en mí tu salvación. Cree a quien yo he creído. Me
preguntas de dónde me ha venido eso. Que el ángel te dé la
respuesta». -Dime ángel, ¿de dónde le ha venido eso a
María? -Ya lo dije cuando la saludé: Salve, llena de gracia (Lc
1,28).


Sermón 291, 4-6.

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